La travesía desde Murillo a Riglos es una excursión amable y accesible a todo tipo de caminantes. Lo es gracias a la flamante pasarela que permite salvar el Río Gállego, único escollo real del recorrido, acercando ambas localidades de la Galliguera, de las más importantes del Reyno de los Mallos, a una distancia de 5 km que en menos de una hora sitúa al senderista a los mismos pies de los Mallos de Riglos.
El día es ventoso por cierzo y evita el desanimador calor que en estos parajes es habitual en verano lo que hace del paseo una delicia pedestre. La pasarela es una obra robusta y segura aunque hemos visto varias tablas sueltas y muchos tornillos fuera de su rosca que suponemos estará previsto reparar. Ha sido puesta en funcionamiento recientemente dentro del recorrido del Camino Natural de la Hoya de Huesca, que con 132 km une Agüero hasta Bierge, conectando después con el Camino Natural del Somontano. Esta ruta sería pues la etapa segunda y otro día recorreremos la primera de Agüero a Murillo. Hay, al parecer, muchos detractores del trazado del camino pero en mi modesta opinión la preparación del balizamiento necesario y la instalación de escalones de madera en sitios oportunos confiere al sendero la categoría de gran ruta; puestos a criticar hablaríamos de la escasa presencia de senderistas a la vista de los pocos con que nos hemos cruzado tanto en la ida como en la vuelta, teniendo en cuenta la época y el día tan propicio; pero, en fin, a veces, los "salvadores" de la naturaleza dicen cosas un tanto extravagantes.
Cruzamos la pasarela sobre un Gállego de apreciable caudal. Atrás velan los murallones de Peña Rueba, pico en el que hay varias vías ferrata para los amantes de las emociones fuertes. En una subida terrosa impracticable con lluvias se han instalado varias rampas de escaleras de madera que en un santiamén salvan el cauce sin esfuerzo. La senda recorre el corte del barranco para desembocar en el plano desde el que se divisan los cercanos mallos y se alejan los contornos del caserío de Murillo de Gállego. Conforme nos acercamos a Riglos la vegetación se hace más tupida como resultado de los arroyos que este año bajan más vivos. Hemos dejado atrás eriales y olivares, también almendros.
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Río Gállego y al fondo Peña Rueba 1193m |
El próximo 15 de septiembre por este mismo recorrido se celebrará una carrera pedestre que organiza el Ayuntamiento de Murillo. Así rezan los carteles sobre las marcas del camino
y será, sin duda, una buena prueba de resistencia a la que excusaremos nuestra asistencia...
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Camino Natural. Al fondo El Fire, Pisón, Volaos, Cuchillo, Frechín y Visera, los Mallos más importantes |
Por una amplia pista llegamos al apeadero del ferrocaril en Riglos y nos viene a la memoria el plano de la película de José Luis Borau "Tata mía". El eco, desde las paredes vertiginosas de los Mallos, nos recuerda que hoy domingo las vías de acceso a sus cumbres están ocupadas por los escaladores que juegan con el riesgo no siempre calculado.
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Apeadero |
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Orquídea |
A la entrada de Riglos hay que destacar un muy cuidado olivar en el que sus ejemplares centenarios ofrecen a la vista del recién llegado una prueba del paso del tiempo, que se esconde por unos troncos tan enigmáticos como su devenir. Entre las filas imperturbables de los olivos adivinamos el Gállego y la silueta de Murillo sesteando al sol. Riglos nos recibe con los colores de sus flores brillantes de frescura y agua milagrosa.
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Olivos centenarios, al fondo el Gállego y Murillo. |
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Escuela de Riglos bajo el Pisón |
La historia de este rincón va unida a las proezas de los hombres. Las desafiantes paredes de conglomerado han sido testigos de gloria y muerte, también de muchas porfías de conseguir lo imposible. Su propio origen es en sí un reto, el último plegamiento de la montaña antes de ceder a la planicie, bastiones de argamasa donde crían los buitres y los cíclopes, fondos marinos que se yerguen sobre una tierra que los mira con envidia. La historia de la Tierra se deja asir por el escalador en cada presa.
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Pasado esplendor campesino |
Riglos es la capital del municipio de las Peñas de Riglos y la capital de la escalada en Aragón. Sus gentes viven tranquilas al margen de los intrépidos, de los turistas con sandalia y calcetines, de los mirones que esperan en el fondo ver precipitarse a alguien al vacío, de los que sienten envidia de los años mozos. Hay vías abiertas por buenos amigos como Julio Porta, Blas Heredía, Nanín, que significa ser el primero en pasar la prueba de la ruleta rusa, figurar en el libro de firmas de sus cumbres. Todavía, a veces, la suerte no acompaña y la muerte gloriosa se lleva a buena gente, experta y generosa con la montaña como el viejo guerrero Ursi Abajo con quien compartimos veladas en noches de nevada y al que sus años no impidieron morir como un joven. Descanse en paz.
Levantarse por la mañana y saber que se está a merced del desplome es una sensación que los Rigleros llevan con toda naturalidad. Sobre los tejados pende la amenaza constante de una pedrada desde las alturas pero las manos de los dioses que las pueblan solamente tejen corrientes donde vuelan aves que planean en largos circunloquios. Los rezos en la capilla de Nuestra Sra. del Mallo saben escalar y la campana de su torre tiene un diapasón de roca, que convierte las horas en llamadas replicantes. Todo es magia y suspensión; he oído a unos turistas quejarse de que les duele el cuello y estuve a punto de decirles que la mejor vertical es la que se ve desde la horizontal. Es domingo, verano, por las chimeneas del Pisón asciende una cordada, se escuchan las blasfemias que el miedo teje, el tiempo pasa y queda la mirada colgada de un "extraplomado" de grado 7.
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Iglesia de Riglos |
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Vista de la Galliguera |
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Dos titanes: Peña Rueba y el Mallo Pisón |
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El Fire, la verticalidad inmutable |
fotos Eugenio Mateo