jueves, 26 de noviembre de 2015

ALISTADOS EN LA GRAN CHAPUZA



Alistados en la gran chapuza
Eugenio Mateo

  De pronto, estamos en guerra. Miras el vaso vacío de vermú  y te pides otro, para que no decaiga. Puede que sea éste el último placer que quede, dadas las circunstancias, y miras las caras de los parroquianos y descubres en ellas las de todos los días. Te confías porque al menos podrás sorber  la oliva tranquilo, después, ya se verá.  De vuelta en la calle, ni rastros de la contienda, acaso, algún vigilante jurado ejerciendo de cowboy, nada importante. Como en toda guerra moderna, llevan el teatro  de operaciones a tu comedor en esas horas que por el hambre serías capaz de comerte hasta el televisor,  y  recuerdas  lo ingrato que tiene ser carne de cañón, a la vez que te vuelven a la mente las viñetas de Hazañas Bélicas  donde cada uno cultivaba su imaginación guerrera  en base a los uniformes, pero ahora el enemigo no lleva uniforme.  De repente, te sientes alistado en la gran chapuza como un recluta bisoño con ganas de huir y caes en la cuenta que el mundo es muy pequeño para llegar a ninguna parte. Te resistes y luego te acongojas por  no importar un bledo. Atesoras  términos como Equilibrio, Civilización, Valores,  aunque ya no tengan paridad en la apuesta que están jugando por ti.  En un momento dado hasta podrías preguntarle al pakistaní de la frutería  cercana si lo que escucha por la radio son arengas terroristas. Todo por la causa. Si hay que estar, se está. Siempre listo, como los boy scout, aunque nuestros  mandos  olviden que quien siembra vientos recoge tempestades o que no es bueno tropezar siempre  en la misma piedra.
  Psicosis.  De pronto, 50.000 combatientes de la Yihad,  iluminados, fanáticos y mercenarios  se ponen al mundo por montera;  todo se tambalea, incluidos los datos sobre el enemigo No parecen servir de nada los ingenios espaciales capaces de escudriñar la tierra  a ras de suelo,  ni los sagaces servicios secretos a los que el cine pone en evidencia, ni los grandes geopolíticos con sus mapas y estadísticas de pacotilla, ni por supuesto  las bombas que les tiran. Estamos solos, indefensos en medio de la multitud que siente como propios los muertos  de Paris y olvida los de otros lugares donde hay menos luz;  su miedo es el nuestro, convertidos en dianas móviles y compartiendo el  papel de inocentes, pero no  de ignorantes, invitados de piedra, como  en todas las contiendas, pero menos. Siempre fue así, tan solo victimas colaterales en el fuego cruzado de los intereses.  El  terror  nos busca por ser anónimos, no de otra manera podría entenderse su propio significado, y toca, de una vez, darse por enterados de qué va esta vaina. Existe la paradoja de que aún pudiendo asumir lo mal que lo han hecho los nuestros, el  factor suerte zanjaría tal cuestión en el fatal instante de volar por los aires por culpa de los otros. El agudo El Roto nos trae su viñeta en El País que define muy bien todo este lío: “Les vendimos las armas, formamos a sus soldados y organizamos su ejército…ahora estamos esperando a que nos ataquen para darles su merecido”
   Decides que ya basta de leña al fuego. Hay muchos Ciudadano Kane en el ambiente y pareciera que algún periodista tiene intereses en la primera línea. Así que como no eres “masoca”,  coges al hámster, cuatro ropas, algo pa’fumar y unas perras y te tiras al monte. Eliges un lugar en alto desde donde otear. Si volvieran  los camellos  los verías  llegar y te daría tiempo a montar el cinturón de explosivos para cuando te pasaran por encima.



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