A través de las imágenes las estaciones nos bailan el vals del desconcierto. A los relojes del clima les ha dado cuerda el Niño, el ozono, la estupidez de un sistema que sabe pero calla ante unos efectos que son incontestables. El cambio climático ha llegado para quedarse y puedo verlo tan de cerca que me da miedo. A final del 2015 el Gállego era un río de plata bordeando un paisaje marrón sin lluvia o frío. El gigante local, el Pusilibro, a falta de nieve se arropa con la niebla. Santa María empèqueñece bajo los jirones, Podrían ser estampas de otoño y sin embargo el año agonizaba en la bonanza. En enero, una tímida nevada cubría el Pirineo dando fulgor a la vigilia desde San Juan de la Peña; al sur, los campos de Botaya hasta el frontón del horizonte de la Sierra Caballera y Guara pasaban inadvertidos carentes de heladas. A comienzo de febrero, una precoz floración cubrió de blanco los almendros al pie de los Mallos, que son tan viejos que no se asustan de nada. Amago de primavera, establecimiento de sus protocolos en mal momento. Con marzo llegó la gran nevada para desdecir todo lo anterior. Un día soleado después de la borrasca subí hasta Aisa, en el Parque Natural de los Valles Occidentales, hasta los Llanos de Napazal. Un paseo con nieve hasta la rodilla bajo un sol clemente. Son los últimos estertores de un inverno que no fue más que el sueño de una noche imprecisa. Un carbonero yace muerto en la blancura. Premonición que abunda en mis temores de un largo y tórrido verano.
Galliguera. Diciembre 2015
Rio Gállego |
Desde Aroa, Santa María de la Peña y Sierra Santo Domingo. Diciembre 2015
SIerra de Loarre. Diciembre 2015
Pirineo desde San Juan de la Peña. Enero 2016
Botaya, al fondo Punta de Guara y Sierra Caballera Enero 2016
Almendros en flor en los Mallos de Riglos. Febrero 2016
Valle de Aisa. Marzo 2016
Valle de Aisa |
Cubilar |
Las Llanas v Lecherines |
Lecherin Bajo |
Fotos: Eugenio Mateo
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