MUTRIKUARRA
No salen
traineras con los bravos marineros mutrikuarras a la caza de las ballenas. Sus arpones, curtidos en mil
heridas cetáceas, no brillan al sol. Tampoco navegan hasta Terranova a por el
bacalao. De aquel pujante puerto con astilleros, se ha pasado a un más apacible
uso deportivo.
Hoy brilla
el mar y la floresta mágica que puebla el monte con verdes de una primavera
adelantada. Por la villa de Mutriku se insinúan las luces y las sombras entre
un dédalo urbano arracimado sobre la rada de su puerto. Se respira historia a
través de los robustos muros de sus palacios; `por los pasadizos se deslizan
por el empedrado los contraluces; siempre el mar abajo, como un perro fiel a la
espera, aunque no siempre, cuando se yergue incontestable con su tridente de
olas para reclamar la tierra firme.
Una red de
caminos serpentea con un tobogán de cuestas y bajadas por el geoparkua. Bosque
encantado, farallones ciclópeos, abismo, espuma paciente que socava los
milenios. De pronto, la playa de Saturraran se abre frente a Ondárroa. Es
febrero y hay gente que se baña. De regreso a Mutriku, se constatan 13 km. Y
17.000 pasos.
Sigue el
dedo de Cosme Damián de Churruca señalando el horizonte desde su pedestal
frente a la iglesia. El héroe de Trafalgar nació aquí, incluso fue su alcalde,
y su memoria perdura cada día. Siguen el batzoki y la herriko taberna sirviendo
pintxos; bullen los bares y tabernas con el festivo sabor de la tarde noche del
sábado. Todos se vuelven a encontrar después de la faena. Se saludan,charlan,
beben y comen, huele a pescado. En el norte, mezclan sus olores el mar, la
montaña y la comida.
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