La Foz de
Escalete, universo propio
Una vetusta
estación, una pujante industria maderera, un rio ensimismado en el paisaje, un
pueblo dormido. Sobre todos, el tajo omnipresente desde el confín de los
milenios. Hablamos de Escalete, de su foz, de su universo limitado entre el
valle y el abismo. Son Sierras del Prepirineo, no menos altivas, no menos
misteriosas, no menos recónditas. A pesar de convertirse en itinerario para
cientos de andarines, no en vano es una de las rutas que terminan en el los
Mallos de Riglos, la GR-95, cruzar el portalón de sus muros imposibles
predispone a abandonar el confort de un horizonte marcado por el Gállego y
adentrarse en el mundo perdido, aunque de tan conocido, imprevisible y
distinto.
Hoy es
primavera.
En los primeros escarpes, los más ariscos, asciende una cordada.
Cuesta reconocerlos, pero allí están, confundidos en las vías que quieren escalar.
El cielo es de plomo. La calima resalta los brotes incontenibles de las ramas;
asoman flores tempranas en las paredes rojizas de la roca y en el borde de la
senda obstinada en llevarte a monte abierto. En cualquier caso, dejarse llevar
de los pasos no evita detenerse para imaginar el vuelo por el vacío con un
picado suicida sobre la cárcava profunda donde se desliza el arroyuelo. Hay que
detenerse para escuchar cómo suena el silencio.
Conforme se
asciende suavemente por la pista, el marco preciso de la gran abertura, la raja
madre de las rajas, la garganta profunda, se va aplacando, negociando con
gleras que roturaron las crestas vencidas por la erosión y las que fueron
desafiadas por una vegetación exuberante e invasora. Un bosque mixto ensancha el horizonte. Todo
se renueva bajo el cielo de plomo, y sobre un charco del camino se refleja
temblorosa la sombra de un viejo roble. Hay mucha agua junto al pastizal
abandonado de la pardina de Escalete. Hay en el ambiente un rumor de corriente
subterránea.
En estas
tierras vaciadas por el tiempo resisten como pueden los fantasmas de las pardinas. La de
Escalete fue abandonada en los años 50. La ruina acabará por derruirla del
todo, es cuestión de tiempo y de rigores. Mientras, allí está, viendo
caminantes y cazadores, con planta de casona en un paraíso bipolar. Vestigio de
modos de vida extinguidos sin habernos ejercitado para los que vienen.
Fotos Eugenio Mateo
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