domingo, 14 de febrero de 2010

AVENTAOS

Sopla el aire. Aquí, en esta tierra, cuando sopla el aire lo hace sin la más mínima piedad por sus habitantes. Estos le hacen frente andando agazapados, regateándolo , ofreciendo una imagen de un pueblo de beodos, pero por el contrario hace falta valor para atreverse a caminar plantando cara a este demonio invisible que toma de improviso y al asalto, el espacio disponible.

No se nos debe ocultar que en estos días ventosos existen más sorpresas que en los días en calma, pues sólo con mirar se suceden episodios que pueden ser hilarantes pero que en la mayoría de los casos y para el que los sufre no lo son tanto. También ocurren desgracias que nos sobrecogen. La vida se revuelve con los aspavientos del Cierzo.
Todos los vientos tienen nombre y solamente pronunciarlos confirma la certeza de su dirección. Este es el caso del que nos ha tocado en suerte que casi alcanza la categoría de maldición, pues si preguntásemos a todos nuestros convecinos por donde nos ataca, nadie dudaría en señalar hacia el Moncayo que es donde rebota y gana velocidad. Habituales son las rachas de 80km/h y hasta de 100, aunque a veces nos parezca un huracán con crines desbocadas que arranca pinos y derriba paredes con la peor imagen del quinto jinete del Apocalipsis. Es entonces cuando nuestro viento se muestra en todo su poder, destructivo e inmisericorde, con el halo boreal preñado de hielo y sus ráfagas insensibilizan las orejas a la vez que acuchillan nuestros rostros con precisión quirúrgica y rotunda.

Como en todo buen síndrome de Estocolmo las victimas le echan de menos en momentos de canícula, cuando llega el otro viento, el bochorno, el que trae la calorina de ese verano irredento que todos añoramos.

¡Qué flaca es la memoria cuando permite olvidar tan fácilmente! De noches de insomnio están llenas las ventanas del recuerdo, que parece que fue de ayer y en verdad era ayer y las estaciones vienen y van con billete de retorno y con el sudor pegado al cuerpo pedimos el viento del norte, sin darnos cuenta que el enemigo es igual de peligroso, sea del norte o del sur.
Hoy azota el aire. La gente que se cruza camina deprisa aunque en realidad huyen, huyen del frio que se cuela por debajo y les sacude la muda. Huyen en busca de cobijo, no importa que sea un bar o tan sólo el autobús. Corren a refugiarse en casa, a salvo de tantas bofetadas. La calle es un desafío que no cualquiera asume. El invierno pesa. Pesa demasiado.

Deberían ponerse de moda los buzos blancos de recogedor de chapapote, esos que parecen que aíslan de todo, ya que si no, sería un sinsentido su uso. Imaginamos las tiendas de moda vendiendo monos de diseño y a los grandes almacenes disponiendo del estándar, del popular, el blanco con capucha y textura de papel. Pareceríamos seres de ultratumba, clones de nosotros mismos, sin identidad, masa sin concesiones.

La ventaja de esta idea es que sería nuestro traje de combate ya que en son de guerra el viento nos ataca. Sin resquicios, el uniforme aguantaría los embates y perdido el pudor, andaríamos erguidos como robots y hasta podríamos colocarnos una placa en el pecho con el nombre. Puede ser sorprendente ver a las blancas siluetas leyéndose mutuamente sin reconocerse pero de vez en cuando un apretón de manos establecería la excepción. Al fin y al cabo, ¿no usamos paraguas que nos tapan la cara y que son como ruedas de un carro frigio que amputa miembros en los cuerpos que tienen la desgracia de confluir en la misma baldosa?

Pensemos que un buen motivo excusa los medios para conseguirlo aunque eso es maniqueo; pero esta noche, cuando por fin he dejado al cierzo aullando al otro lado de la ventana, me he dicho que a falta de buzos de plástico más vale un buen abrigo y mañana, confirmado que el maldito seguirá campando a sus anchas, me calzaré unas buenas botas, envolveré mis carnes de capas protectoras y calaré un sombrero hasta las cejas. Con unas gafas de sol ya podrán tomarme por el hombre invisible y como soy previsor, me pegaré con celo sobre el abrigo un sobre de la carta que me han dejado en el buzón y que iba dirigida a otra persona.

“AVENTAOS”
Por Eugenio Mateo
Febrero 2010

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