Una ardilla vive en mis pinos. Tenía signos de su existencia, desde hace tiempo, a tenor de las muestras cada vez más frecuentes, de piñas roídas limpiamente, como mondándolas, y fugaces visiones de la susodicha que casi no permitían identificar a la sombra que aparecía y desaparecía con la misma inmediatez.
Pero la paciencia es buena consejera y el tiempo trae siempre los momentos. Una mañana, la vi trepar por el tronco de un pino cercano y ya no cupo duda. Tenía como vecina a una ardilla con una cola roja, que se dejaba ver con más frecuencia.
Sospeché que un antiguo nido podía servirle de cobijo pero la altura a la que estaba no permitía una buena observación. Mientras tanto, ella, se permitía algún gesto, como era tirarme cerca alguna piña, con la marca de sus incisivos. En este juego de la ardilla y el mirón, los dos hemos podido inspeccionarnos aunque ignoro qué tipo de ser verá en mí desde arriba.
Esta mañana, con viento suave y un sol radiante, por fin nos hemos saludado.
He mirado a lo alto y por un instante he dudado de que aquellas piñas parecieran piñas en racimo. Era la ardilla, inmóvil y camuflada en lo más tupido del pino. La he saludado y no se ha movido.
Me estaba mirando atentamente y he visto sus ojillos de aceptación al saludo, pues a pesar de mis voces, se ha asomado por entre las piñas para dejarse ver mejor. Así hemos estado largo rato. He retomado mi tarea de recorrer la terraza y ella, sin darme cuenta, ha desaparecido.
El próximo encuentro será pronto, no me cabe la menor duda. La cuestión es cómo le cuento que soy un perro cazador.
La ardilla y el mirón. Por EUGENIO MATEO. Mayo 2010
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