Cuando el calor aprieta lo mejor es buscar la cercanía del mar y para que el agua refresque sin abrasar la costa ideal es la del Cantábrico. Dicha esta perogrullada, San Sebastián es un buen destino incluso en épocas sin verano, cosa que todo el mundo sabe también. Playas, deporte, gastronomía, cultura, tapeo y paseos con sosiego se deben poner en la coctelera para beber el resultado sin prisa. El éxito está garantizado.
Venir a hablar de Donosti a estas alturas es un ejercicio demasiado practicado por lo que sólo queremos reseñar algunos lugares que deben ser recomendados por si alguien, todavía, no los conoce. En restauración, en plena Concha, el restaurante La Perla, con su comedor que más parece una cabina de un moderno trasatlántico, permite comer de maravilla a la vez que se pueden contar las olas, si acaso este capricho viniera a interrumpir la degustación del salmorejo con anchoas y huevas de erizo. Otro lugar para no omitir es el Asador Portu-Etxe, enclavado en un clásico caserío a las afueras de la ciudad. La especialidad son los pescados a la brasa. Destacamos el mero, el besugo o las almejas a la marinera. Rotundo. Una ración de Lepiota Prócera incorpora el mundo de las setas al comensal avezado. La carta de vinos recoge las mejores añadas de toda España y su txacolí es simplemente espléndido. El casco viejo, con sus innumerables tabernas y variopinta clientela consigue que cada esquina tome el aspecto de senda inexplorada donde aparecen las sorpresas como los pintxos de anchoas con txangurro. La noche de Babel. Mezcolanza de aromas y de razas.
Hemos vuelto a admirar los vacios de Oteiza en el rompeolas y los perfiles de Chillida sobre los acantilados. La baja mar. El ocaso traspasando los contornos de la isla de Santa Clara. Las cabalgadas sobre las olas de los surferos en la Zurriola. La silueta geométrica del Kursaal. La plaza de la Constitución con los números de los tendidos que guarda todavía de su pasado como coso taurino. El Palacio de Miramar, en el que el dictador dormía su sueño de mala conciencia. El puerto, cobijado por el Urgull, con el olor a yodo y a gasoil. El rancio pasado de la burguesía en los palacetes decimonónicos.
Venimos cada año. Vendremos hasta que las ganas aguanten. Cada vez, algo no descubierto llamará la atención. Es la apuesta sobre seguro. San Sebastián bulle con la calma de lo clásico pero a la vez de lo nuevo.
fotos Eugenio Mateo
agosto 2011
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