La jornada vivida en el centro penitenciario de Daroca, el pasado viernes 27 de enero 2012, es de esas que dejan un rastro bajo la piel que es difícil olvidar. Supongo que para un ciudadano común el cruzar las puertas de una cárcel es una experiencia poco gratificante, digo más, traumática, sobre todo si el umbral se traspasa sólo de ida y no de vuelta. Nosotros, cinco poetas inofensivos, sabíamos que todas las rejas y cancelas que dejábamos atrás se nos volverían a abrir pero es imposible sustraerse a la atmósfera opaca y densa que el tiempo infinitesimal reduce, en la espera, a proyectos sin clasificar para todos aquellos privados de libertad como redención de sus errores o circunstancias.
Acompañados de Javier Mesa, coordinador de la gestión cultural del penal, fuimos recibidos por los internos que esperaban en el módulo de talleres de enseñanza y practicas. -Son ustedes un soplo de aire fresco- fueron las palabras de bienvenida. La verdad es que todos ellos tenían grabadas en sus ojos las incipientes sensaciones de ver a embajadores del mundo de fuera, del real por añorado, que portaban un saco de fantasía que quizás contuviesen algún mensaje por descifrar. Nos hicieron sentir cómodos y libres fuimos todos, unos leyendo historias, otros atentos a los desenlaces.
Adolfo Burriel, Fernando Gracia Guía, Luis trébol, Mariano Ibeas y yo mismo, sacamos de nuestras humildes chisteras los conejos de la imaginación correteando por cuentos donde un par de pendientes sobreviven a la muerte, o aquel de añoranza de los cines de verano; ése otro que habla de una estación o el que cuenta sobre las pequeñas arañas que cuelgan de una nube; las moralejas inesperadas de un breve relato de Cortazar, que Trébol ha elegido porque como él dice, no tiene pluma propia.
La docena de relatos fueron tejiendo gestos de complacencia. Todos nos sentimos complacidos. Volveremos cuando queráis, amigos, a compartir el tiempo que a vosotros os sobra y a nosotros nos falta. Cuestión de matices.
Fuimos agasajados con el Diploma de Picapedreros. Honor que reciben todos aquellos que llegan hasta aquí para abrir agujeros de libertad en los recios muros de la cárcel. Ilustres personajes lo han recibido antes; para nosotros será la orgullosa constatación de un hecho que, al menos en mi caso, ha cambiado la escala de valores. Nuestros soplos de literatura se han mezclado con la esperanza de libertad que mantiene a estos hombres con la mente abierta.
fotos Javier Mesa
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