Sobresaltos / Eugenio Mateo |
Por Eugenio Mateohttp://eugeniomateo.blogspot.com
No sé a ustedes, pero a mí, conforme me voy haciendo mayor (eufemismo o sarcasmo sobre la auténtica realidad de la “vejuz”) la piel se me hace más dura, más impenetrable y acaso el blindaje, llamemos le genético aunque es a la desconfianza a quien probablemente se lo debo, me preserva de casos y cosas que antaño eran capaces de soliviantarme.
Sin embargo, no tengo por más que reconocer que soy un iluso al creerme mis propias tonterías y con esa coraza pretendida voy por la vida de sorpresa en sorpresa no pudiendo evitar los sobresaltos con los que a veces consiguen aturdirme. Sobresaltos, por ejemplo, que me producen los roces inesperados de las ruedas de las bicicletas, que me arrollarían sin piedad si no tuviese en alerta máxima mis sentidos de explorador en esta amorfa sabana de asfalto en la que imperan las panteras. Dijo un día Fraga que la calle era suya y jamás se disculpó de semejante atrevimiento, no porque su autoridad supusiera un menoscabo de tal afirmación, si no porque la calle no es de nadie, tomando nadie como antónimo de alguien. La calle, y no nos equivoquemos, tiene dueño, omnipresente y especulador, como buen dueño, que dicta las ordenanzas, unas leyes locales de prerrogativas más que discutibles pero mil veces más efectivas e inmediatas que las leyes de todas las demás instituciones; ya saben, ésas que a veces, la mayoría, chocan entre sí dependiendo del juego de poder –buena la hizo Montesquieu- y que llaman a la cordura o al sentido común para ausentarse del hábito de la política a una legión de ciudadanos asombrados, hartos y cabreados. ¡Como me aburre este sinsentido pero cómo hurga todavía a pesar de tanto yoga de manual!
Decía que la calle tiene dueño y eso para mí no es un problema. Faltaría más que el Far West fuese todavía el decorado de nuestros pueblos y ciudades después de lo que ha llovido. Lo que pasa es que a veces el frenesí de la púrpura anubla las conductas y se cae en la tentación de regular el caos con el caos del todo vale. No escondo que alguna vez me he desplazado en bicicleta por esta ciudad de nuestros amores; hace tiempo, sí, pero sé lo que es driblar autobuses, motos, ancianos de semáforo en rojo, hasta perros sin ataduras. Heroísmo se les ha pedido siempre a los ciclistas urbanos. Héroes han sido, incluso quedan varios todavía. Por tanto al César lo que es del César pero no nos vayamos a poner épicos a estas alturas y seamos prácticos. Serlo significa poder llegar a odiar a tanto kamikaze haciendo carreras por la acera a lomos de un artilugio metálico y por tanto peligroso en potencia, para acabar concluyendo que no todos los que van en bici saben llevarla. Hasta que no se descubre que las bicis pueden ser un negocio para la corporación municipal, viajar en dos ruedas a pedal quedaba reducido a práctica de ecologistas bien intencionados, izquierdistas conspicuos o sospechosos de albergar en sus sillines toda la bibliografía de Bakunin. Unos valientes. Total, que durante años los correspondientes munícipes se pasaban las reivindicaciones de aquellos que tenían el cuajo de pedalear entre el tráfico con riesgo de su vida, por el arco del triunfo de sus bolsas testiculares. Tuvo la democracia que oler a podrido para que a alguien, probablemente después de un viaje pagado a la capital francesa, le enseñasen el catón de la tarificación y de los beneficios colaterales para que a partir de entonces, la humilde bicicleta tomara de una vez el papel de generadora de ingresos y se esfumaran de un plumazo, reticencias, prejuicios, autos de fe y todo aquello que dota de mala fama.
Aceptando lo inevitable, siempre en aras del progreso, eso sí, damos por bueno que cientos de plazas de aparcamientos hayan desaparecido. También consideramos bueno que nos vayamos enterando de que al final todos iremos en bicicleta, bueno, el que la tenga, que siempre irán andando los más, cuando los chinos nos invadan definitivamente.
-BICIS SI- Diremos siempre-
Pero aprovechando que somos mayoría, suplicamos a Vuecencia que dicte un bando para quitarles el suelo, ad perpetuam, a los técnicos que han inventado el follón de Independencia, en el que por cierto recalé al bajar del autobús, esta tarde, cuando me he sentido incluído de pronto entre dos líneas paralelas y a merced de los frenos del que venía a dos ruedas por ellas. Curiosamente, este suceso no ha sido el motivo del inicio de esta reflexión sino de su conclusión.
Y apostillo que con tanta mezcolanza, al final nos van a obligar a tener que caminar por las copas de los árboles y muchos no estamos ya para tanto trote. Recomiendo una campaña puerta a puerta, con vermú incluido, para educar a todos y cada uno de los pedestres sobre técnicas de supervivencia. Hablo de los de a pie; a los otros, no estaría de más un examen de conducir ya que usan vehículos. A todos, no… ya sabemos de qué hablamos.
Claro que se podrían medir los efectos de una acción de contraataque si un día cualquiera los peatones bajan a la calzada sólo por incordiar, pero nunca estaríamos seguros de no ser alcanzados por un autobús, o sea que no merece la pena. Una chapuza lo es hasta en Pekín y reconocerla y enmendarla cuesta pero es la única solución si como parece estamos abocados a entendernos peatones con ciclistas. Simplemente con que sepamos nuestros derechos, cada parte, obviaremos los efectos de la gran chapuza como fue cambiar de arriba abajo nuestro Paseo sin tener en cuenta el famoso carril bici.
Ad maiorem Bellochium Gloriam
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