La revista literaria AMISTAD 33 editada por el prestigioso CLUB 33 de Zaragoza, publica en su número de Navidad este artículo que quiero compartir con vosotros para desearos un 2014 lo más propicio posible.
PERDER EL TIEMPO
No sé a ustedes, pero a mí, cada otoño y como consecuencia
cada invierno, me producen una sensación
que se repite de forma invariable en esta sucesión de fechas que algunos llaman
vida. En el mero hecho cronológico estas estaciones son el fin del ciclo anual,
tal cual, incluso notamos los cambios en el cuerpo, que es en definitiva el
reloj exacto que mide nuestros achaques; pero aquello que atusa mis sentidos no
tiene que ver ni con Cronos ni con Apolo, surge espontánea desde el oscuro
rincón de la identidad, es una sensación de pérdida, aún de despilfarro,
distinta a las que siento en primavera, en el verano; creo que se trata
simplemente de temer estar perdiendo el tiempo.
Decía Shakespeare – Malgasté
el tiempo, ahora el tiempo me malgasta a mí.
Estoy seguro que mi
sensación es común y que sólo soy un leve reflejo más del caleidoscopio humano,
por tanto presumo que demasiadas sensaciones semejantes se embrollan tenazmente
en los recovecos de otras neuronas. Para mí, perder el tiempo significa sobre
todo renuncia de mis propias posibilidades sin menoscabo del propio despilfarro
de la actividad vital, innecesario pero inherente; cuando alguien no maneja
bien las posibilidades se expone al desahucio de las razones y por ende al
fracaso. Renunciar a usarlas es la síntesis del ostracismo pero hacerlo es
fácil, tan fácil como olvidar quien somos, y en esa sensación de la que tanto
les vengo hablando, anidan sombras de mal agüero que se empeñan en empañar la
foto de cualquier ficha de los voluntarios por un desayuno justo o de los
cofrades de la fila de uno o de los testigos de las verdades a medias o de los
justos de corazón que jamás verán a Dios… o ésa otra que se refleja en el
espejo sin querer.
Sin ir más lejos, siempre quise tocar el saxofón, admito que
nunca tuve posibilidades de ser Charlie “Bird”
Parker pero por renunciar a ellas quizá el mundo se perdió un fenómeno.
Malgasté mi tiempo en cosas vanas, como deducir, garabatear, fantasear; fuegos
fatuos en definitiva. Me tenía que haber dedicado a ordenanza de ayuntamiento o
pregonero, por no abandonar lo corporativo; otro gallo cantaría, habría sido el
tiempo mejor aprovechado, cerca del poder, oliendo sus aromas, oyendo sus
secretos. Quién sabe hasta donde hubiera escalado por aquello de las
posibilidades…
Algún científico no cree en los biorritmos pero culpa de
estos debe ser que la caída de la hoja nos altere. La estampa otoñal tiende a
potenciar una peligrosa melancolía que lleva al inventario rápido de los
haberes y cuando se recuerda que todo lo pasado no regresará jamás, las manos
vacías quedan indefensas en el aire en un gesto pedigüeño a mitad camino de la
impotencia y de la ignorancia. Ya ven que al final todo tiene causa. La dichosa
sensación de perder el tiempo está
producida por trillones de fluidos cerebrales que invalidan mis carencias como
propias.
¿Perder el tiempo? He tenido hijos, plantado algunos árboles, hasta he subido en globo e incluso escribí un libro ¿Qué más puedo pedir?
¿Perder el tiempo? He tenido hijos, plantado algunos árboles, hasta he subido en globo e incluso escribí un libro ¿Qué más puedo pedir?
Mientras, repasaré otra vez los colores del
ocaso
en busca de uno nuevo
y descubriré las ramas de los árboles desnudos
cuando tiemble la luz bajo el relente,
me bañaré en los ríos de
nieve del invierno
para ensoñar con el tiempo que aún no he malgastado
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