La ciudad de las Palmas de Gran Canaria es un ciudad populosa donde conviven más de 600.000 habitantes y todas las razas. No hace mucho era el sueño para los peninsulares que querían poseer lo último en tecnología a precios especiales y los bazares hindúes abastecieron a media Europa de las mejores cámaras o aparatos electrónicos. Hoy, a pesar de sus ventajas fiscales, nada es lo mismo. Los turistas que llegan a Gando o que desembarcan de gigantescos cruceros en el Puerto de la Luz buscan otras cosas. Lo primero el sol y un clima benevolente, luego sus paisajes y porqué no, la historia.
El capitán castellano Juan Rejón, comisionado por los Reyes Católicos para la conquista de las Islas Canarias, fundó en 1478 el primer campamento en este lugar que estamos recorriendo, al que llamó el Real de las Tres Palmas y que luego, una vez establecidas las sedes de la administración castellana al término de la sangrienta conquista contra los habitantes aborígenes y trazadas los perímetros de la ciudad, se llamó la Vegueta de Santa Ana y después el Barrio de Vegueta. Es el corazón histórico de la ciudad donde podemos encontrar los grandes caserones y palacios de los notables, el mismo lugar en el que recaló Colón en una escala de su expedición del descubrimiento para reparar y mejorar sus naves. Vemos el palacio del gobernador donde se alojó, hoy Museo de la Casa de Colón; la ordenada sucesión de calles festoneadas de casas nobiliarias, la ermita donde dicen que oró el descubridor antes de partir hacia lo desconocido; la catedral de Santa Ana, cuyos muros resistieron el incendio que los invasores holandeses aplicaron a la ciudad después del total saqueo y destrucción en el siglo XVI. La arquitectura tiene un aire colonial con balconadas y celosías que confieren a sus rincones observatorios desde donde mirar sin ser vistos en la calidez de la noche isleña. Pareciera que el tiempo se hubiera detenido en estas callejuelas conquistadas por la luz y nada mejor para saber de sus habitantes que visitar el mercado, el típico mercado de Vegueta, donde las frutas amalgaman colores y texturas como cualquier puesto ambulante de Caracas y los pescados de sus bancos pesqueros nos enseñan los dientes emulando a sus primas lejanas las pirañas. No comer pescado en Canarias sería un grave error, sobre todo para el sentido del gusto. Viejas, chernes, corvina, sama, bocinegro, salema, rascacio, morenas; embajadores de las profundas aguas del Atlántico que nos miran desde el abismo azul al que estos del mercado no regresarán jamás.
Volvemos caminando por el Barrio de Triana, intuyendo las cacofonías de los primeros sevillanos de la conquista, en busca de una taberna experta en raciones de pata (jamón cocido riquísimo) que recordamos. Conseguido el objetivo recorremos la larga y comercial calle para desembocar en el Parque de Doramas, en el que sigue saltando al vacío cada día el caudillo Doramas que prefirió el vuelo de la muerte a la esclavitud de una corona invasora. Como paradoja,de fondo la mole del Hotel Santa Catalina, donde una noche me pareció ver el fantasma de Churchill buscando un gin tónic.
Navidad 2013
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Monumento al caudillo Doramas |
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Plaza Mayor de Santa Ana y al fondo teatro Perez Galdós |
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Catedral de Santa Ana |
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barrio de Vegueta |
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Museo Canario |
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pescado autóctono |
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portada renacentista de la Casa de Colón XV |
fotos de Eugenio Mateo
diciembre 2013
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