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Por Eugenio Mateo
    La casta política habita en una torre de marfil. Es el efecto del encumbramiento que propicia las distancias y  produce distorsiones sobre la realidad.  Recientemente hemos asistido a las Elecciones al Parlamento Europeo y sus resultados guardan varias claves pero sólo una conclusión: hartazgo.     Son demasiadas las pruebas de  inoperancia y corrupción como para seguir manteniendo el status quo. Los grandes partidos son en sí mismos  centros de poder a lo “multinacional americana” que se encuentran de repente sin la clientela de antes. Hay que estar lelo para no prever las circunstancias habida cuenta de la nómina de expertos en politología o mercadotecnia por tantos despachos; o quizá sea sólo el efecto de la torre de marfil. El multipartidismo, que ha resultado arrollador, es la prueba definitiva de la quiebra de la credibilidad de la sociedad ante una Unión Europea que se refugia en un ancestral bipartidismo y que sólo habla de exigencias económicas olvidando el concepto social. Una Europa para los europeos pero sin contar con ellos. Surgen, de nuevo, tiempos propicios para el populismo y la xenofobia. Es el péndulo que nunca se detiene.
    En el contexto europeo el golpe en la mesa de la ultraderecha ha resonado como un diapasón para susto de muchos y sorpresa de casi nadie, que no es más que la constancia de una elección personal y democrática de los que les han votado. Mal se tienen que sentir algunos de nuestros socios para que, en un ejercicio de desmemoria, vuelvan a tentar a la bicha. No los considero tan faltos de inteligencia como para olvidar tiempos no demasiado lejanos; por tanto y sin cuantificar la auténtica ideología, es la revancha popular ante un sistema que ha dejado de ser creíble lo que les lleva a escuchar nuevos cantos de sirena. Se vota por despecho a los representantes que ya no nos representan. Es la decepción.  Conviene entonces abrir los oídos a nuevos gurús. A todos los partidos considerados como de extrema derecha, inequívocamente nacionalistas, no les gusta Europa; lo suyo en una unidad de destino en lo universal, que no tiene nada que ver. Las cartas están echadas. Cuando se les ha votado es porque se quiere otra Europa, que tomen nota los magnates de la alta política. Se podrá decir más alto pero no más claro.
    En el Estado Español ha pasado lo que tenía que pasar: Más hartazgo. Todavía no el suficiente porque han ganado los dos de siempre pero, ¡ah!,  los tiempos del rodillo… Con la abstención como telón de fondo, el fenómeno europeo se repite.  El arco iris con el que nos ilustran en los gráficos destella repleto de colores. Aquella revolución del 15M renace del silencio a la que condenaron los medios de comunicación (los mismos que la auparon) y demuestra que sus postulados están más fuertes que nunca. Se les tilda de radicales de izquierda pero son sólo gente desencantada, honrados ciudadanos que luchan en las urnas por su pan y dignidad ante los dirigentes de una Unión ignorante de sus carencias. A UPYD le otorgan el beneficio de la duda porque todavía no tiene compromisos de los que abjurar. Las nacionalidades volanderas mandan a los suyos al paraíso cortesano para hacer propaganda de sus cromosomas diferentes y la izquierda unida se aprovecha de los desahucios de los demás. Todas estas expectativas sufren el riesgo de ser sepultadas en la gran parafernalia de la burocracia bruselense o quizá no, a lo mejor acaban por hacerse oír en la jaula de grillos que se presume animada. Particularmente, no me hago ninguna expectativa, todo está atado y bien atado –¿de qué me suena el adagio?-  Aunque no lo digan, los dos partidos en la alternancia del poder saben perfectamente donde les duele, pero eso no se dice –caca-. Los del PP achacan la caída a “las medidas que se han visto obligados a tomar” y los del PSOE ya están sacando los cuchillos para cortar las cabelleras de sus compadres. Unos y otros se olvidan, una y mil veces, que somos tan fáciles de contentar. Bastaría con hacer las cosas con sentido común. -¡Ah!- y con más honradez, que es por lo que no les salen las cuentas de los votos.
    De momento, Bruselas bien vale una misa – ¿O era París?  No recuerdo-  Le Parlement vaut bien une messe.