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Por Eugenio Mateo
    Ya estamos en verano. Se nota en muchas cosas, por ejemplo en cómo va subiendo la gasolina, a la chita callando, especulando con los que quieren escapar de la rutina. Ya nadie lo dice, nos hemos aplicado el placebo del rellenado exacto – póngame 30 euros- y carretera y manta hasta que el depósito se seque. También se nota en la gente, que lleva con galanura la sabia herencia del sudor. La hidratante textura del calor como vaticinio de futuras catástrofes terráqueas nos soba sin tapujos arruinando camisas y vestidos aunque no parezca  importar. A la piel le va bien la calorina y el roce con otras carnes, es consecuencia del efecto solar en la pineal.
    Otro solsticio sin noche de San Juan; no he tirado al fuego mis miserias ni siquiera  he acercado mis alas a  la purificación. Como siempre, sufriré el verano arrimándome de vez en cuando a la sombra de mis árboles esperando que el frío me conmueva. La eterna espera de lo inevitable. Antes, cuando vivíamos en Wonderland, con el estío llegaba el secano informativo, todo se detenía, como si no pasara nada, en mitad de una burbuja en el tiempo. – ¡Qué época!-  Las volutas acaloradas disipaban guerras, tragedias, chanchullos. Sólo importaban los gin-tonics al fresco de la noche, los grados de bronceado, no recordar el día de regreso. El descanso no lo era, más bien un no parar sin hacer nada, sabiendo que a la vuelta todo estaría como lo habían dejado. Ahora, descubierta la tramoya de la felicidad, es diferente. No acabamos de mudar la felpa por el tergal y nos diluvia encima un torrente de sucesos que no dejan tiempo para recordar que estamos en verano (– Pero no de vacaciones – Silba un rayo)
    De pronto nos encontramos que nos han cambiado al  rey. Surgen reclamaciones de hipotecas pendientes y en el guirigay todos quieren pescar en aguas revueltas. Pelotazo mediático de portadas que sin embargo no deja de ser un hito más en nuestra Historia. Se mezcla a la vez, por aquello de la casualidad, el relevo dinástico con el Mundial de Futbol y de la más honda fibra de nuestros atavismos surge  la querencia de la pelota, que es lúdica y veraniega; se vuelve a la terraza y a las cervezas y si encima la Roja llega a la final, el retrato del nuevo rey pasara inadvertido, como si siempre hubiera estado ahí.
    O esa campaña de moralidad tributaria, basada en el inefable embudo, que pretende hacernos recordar que Hacienda somos todos como si no lo supiéramos, como sabemos también que algunos, que deberían dar ejemplo,  lo  ignoran,  a la vista de lo que hay. Lo bueno del verano es que iguala, debe ser la moda del pantalón pirata, de esta manera se mezclan  buenos con pecadores y paganos con vivales. Viendo la campaña  más de mil arrepentidos quemarán el albarán sin IVA de la comunión de la chica dispuestos a no defraudar jamás y  puede que  cerca de  un millón de aspirantes a defraudador cancelen  el  master de “Knowlegment of the Triquiñuela Fiscal”. Es como matar moscas a cañonazos, gastan unas pelas gansas para atemorizar a la economía doméstica y se dejan abierta la puerta de atrás por la que escapan  los maletines. Vuelvo a echar de menos las serpientes de verano, ésas que contaban de filas de mangantes ante los juzgados en actitud de entrega voluntaria.
    Por el verano “zaragolano”  las cosas de casa llevan al recuerdo del inefable sketch  del Dúo Sacapuntas: ¿Cómo estaba la Plaza?… ¡Abaarrotá!!!  Y el balón de pacotilla del equipo local en manos con poca firma esperando el oro del nuevo mundo… Hasta donde se abarrotará la Plaza es cosa de paciencia  pues parece que se abren cada vez más puertas. Donde acabará el Club nadie lo sabe –Yo les pedía a los inversores aztecas que se trajesen un chamán experto en peyote – Y todo esto en verano, cuando comentas los fichajes y pones a parir al presidente bajo el toldo de la piscina municipal; es una falta de respeto distraer al personal de sus ocupaciones veraniegas, deberían saberlo los unos y los otros.
    En este tiempo, los cerebros tienden al ablandamiento. Desde que lo sé, uso sombrero. El efecto de la insolación semeja al suero de la verdad que hace decir lo que se siente, de tal manera una Consejera euskalduna  ha llamado extranjeros a los oriundos de otras comunidades españolas  que  viven en Euskadi. Lo ha repetido ante las cámaras (supongamos que en cierta cervecería de Munich hubieran tenido luz y taquígrafos). Otro Consejero, esta vez meridional, acusa a Madrid de una guerra contra su lengua. Creo que ambos estaban bajo el efecto saturnal. Es cosa del verano, añoranza de los paseos en el barquito de la familia.
Para calor, en Sudán, donde vive una pobre gente en mitad de la secular sequía. Como no tienen donde caerse muertos, arramplan con los escasos árboles para hacerlos  carbón, con el que pueden subsistir,  pero resulta que los árboles deben tener dueño que ya tiene valorado el expolio. De contrabando lo tildan y las Naciones Unidas les hablan de ataque al medio ambiente;  como si vivir no fuera suficiente. Ellos no han elegido el verano en el que agonizan.
Puestos a elucubrar, sería impensable un verano de mujeres sin piernas, con cuerpos que descendieran  directamente a los zapatos. Igual de imposible sería sin el desfile desgarbado  en ropa interior de nuestros modelos caseros.
 La sartén está caliente de bochorno. Pronto llegarán tormentas.

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