El Alto Ampurdán tiene perfil de un Pirineo que viene a sumergirse en el mar, cansado de la altura y de los fríos. Es frontera; más allá, las tierras del Rosellón no son muy distintas de estas de la Vieja Cataluña Carolingia. Es la Costa Brava más oriental y más norteña, con un mar turquesa que juega con la transparencia de sus aguas para mostrar sus praderas sumergidas de poseidonia. Hasta este litoral llegaron los griegos, más tarde los romanos, los visigodos y los francos de Carlomagno. Hoy, turistas de muchas partes del mundo recorren sus pueblos y ciudades que huelen a pescado y tramontana en una Babel festiva y relajada.
En Roses, el Golfo geográfico cobija a un puerto que un día contempló a las galeras del siciliano Roger de Lauria vencer a los cruzados del Papa Martin IV en su pugna con Pedro III El Grande, rey de Aragón. Siempre la Corona Aragonesa, que muchos se empeñan en confundir con sus intereses de mentirse a sí mismos. Ahora, no hay tejado visible sin una bandera inventada y estrellada, con una estrella roja o azul sobre la cuatro barras del Reyno aragonés. Tiempos de afán independentista, lícito para los limpios de corazón pero oscuramente interesado para los pescadores en aguas revueltas. No me siento de fuera, sin embargo, ni extranjero en una tierra hermana. Otros lo son, yo no, en este trozo de la piel de toro. Me dejo transportar hasta las colinas de Puig Rom; desde el mirador de Santa Rosa el ocaso tiñe de plata los contornos del mar y hacia la llanura de Figueras, la mole del Canigó se apresta al sueño. La ciudad a mis pies se prepara para la noche con expectativas de un verano húmedo. Los canales de los aiguamolls domesticados de la zona de Santa Margarida se dejan recorrer por los últimos barcos que buscan el reposo.
La playa es el lugar donde la gente se quema voluntariamente, reclamando para sí el mérito del melanoma pero a pesar de todo gusta la holganza con la tripa al sol y los pies rebozados de una arena que tardará en desaparecer del equipaje. A los de secano nos gusta el escenario aunque confieso una adversión a la toalla y a los vecinos de al lado que a veces son fineses. Todo sea por el yodo y el P.I.B. Pero hay que volver a visitar lugares que nunca han sido olvidados. El monte Pení parece vigilar todo lo que se mueve desde sus torres de radar made in USA; cruzamos su atalaya rumbo a Cadaqués, antes hemos recorrido las calas cercanas a Roses, La Almadabra ( las dos Canyelles), al pie del castillo visigodo y Montjoy, donde estaba el Bullí del gran Adría. En Cadaqués, el acceso estaba abierto, cosa que en anteriores visitas no fue posible y todo sigue igual a como quedó. Tengo muchos recuerdos y hasta un amigo, Jaume, que en su niñez desayunaba langosta por falta de colacao. Todo sigue igual, con esa estampa de pueblo marinero para pijos de Pedralbes. En una mesa de al lado una señora cerraba un trato con una galería de Nueva York gracias a un móvil con buena cobertura. Se han moderado los precios y recomiendo un sencillo restaurante, el Garbí, en el que una familia marroquí ofrece unos muy dignos menús a precio de polígono pero con el mimo de una cocina hecha con ilusión. La manera de atender a los clientes recuerda al que nos dan en el bistró de al lado de casa cada mañana. Una sorpresa a divulgar, es de justicia al recordar la sonrisa de la encargada de la sala, madre y esposa del equipo.
El influjo de Dalí es demasiado fuerte para no sentirlo y buscamos su presencia en las briznas de brisa de Port Lligat, en donde hacen cola las visitas programadas. Las barcas dormitan una siesta al sol mecidas por las olas. Ya falta poco para estar en el extremo oriental de España y por supuesto de Cataluña y ascendemos una carretera que parece llevar al fin del mundo: Cap de Creus. El parque natural en el que el viento es celoso guardián de roquedos y calas misteriosas. Desde el faro la vista abarca todo lo que el ojo es capaz de distinguir, al norte la costa del Puerto de la Selva y un poco más arriba Port Bou, en la muga. Hacia oriente, el mar, siempre el mar, rizado y profundamente azul. El sur se recorta en la silueta militar del Monte Pení y tras él intuimos el Golfo de Rosas hasta La Escala. Llegaremos de vuelta hasta Santa Margarida, en Roses, y a sus paseos con africanos del top manta que tienen todas las marcas de la moda traídas para usted directamente de París.
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Faro de Roses |
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Cala de Canyelles |
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Atardecer en el Golfo de Roses desde el Mirador de Santa Ana de Puig Rom |
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Aiguamolls Santa Margarida Roses |
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Playa de Roses |
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Cala de la Almadraba |
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Cadaqués |
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Casco viejo de Cadaqués |
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Ventana modernista |
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Cadaqués, rincón |
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Port Lligat |
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Casa de Dalí en Port Lligat |
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Cabo de Creus |
26 julio 2014
fotos Eugenio Mateo
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