Hemos venido de nuevo al Valle. Los veranos en Arán tienen tantos atractivos que resultaría un verano distinto sin andar sobre los pastos que lamen los pedriscos de sus cumbres y notar la frescura en las umbrías de sus bosques. Este verano está siendo muy lluvioso por esas latitudes y nada más llegar a Betrén y salir a comprar comida vimos en una tienda una bandeja con Cantherellus Cibarius frescos. Una buena señal. Para el día siguiente preparamos la visita al lugar donde sabemos cómo encontrarlos y el bosque estaba empapado y prometedor. Enseguida vimos russulas en la parte cercana a la carretera y luego, cuando el bosque nos engulló ladera arriba nos saludaron desde los tocones derruidos de viejos troncos unos preciosos ramilletes de hypholomas. Un par de lactarius salmonicolor o rovellón de montaña presentaban en sus sombreros las huellas de las babosas que reptaban tranquilamente entre la hojarasca. Una, especialmente gruesa, debía su tamaño sin duda al enorme Boletus Edulis que casi estaba acabando de comer. Una lástima, porque el ejemplar era de los que alegran el día pero quien come más rápido come más. Se resistían los cibarius, que por aquí llaman rossinyol, pues aparte de unos cuántos ejemplares aislados no aparecían como esperábamos. Nos dedicamos a fotografíar setas bellas: cortinarius, hydnum, lycoperdon. El abetal, con avellanos y robles ejerciendo de islas, exigía un caminar esforzado. Por fin, el remedo de sendero que seguíamos terminó y la pendiente nos propuso el riesgo del resbalón o el regreso por donde habíamos llegado. Las botas y los bastones tenían que cumplir su cometido, así que sin pensarlo, me tiré el primero a la piscina de piedras, ramas y humedad que se escondía más abajo. Me siguió Sofía y con mucho cuidado descendimos paso a paso. De pronto, el familiar amarillo nos hizo un guiño y como estrellas fueron apareciendo los setales de robustos cantharellus, tan frescos y lozanos que un grito rasgó la soledad del bosque, no de dolor sino de júbilo. Allí estaban, agazapados y escondidos a los ojos del andarín poco exigente. Lo demás es parte de una liturgia secreta que sólo conocen los iniciados. Las capturas no lo son, acaso el encuentro del depredador comprensivo con su víctima resignada a ser descubierta. Ya de regreso, el coche traía olor a melocotón. Unas cuántas probaron el fuego que realzó el sabor; las demás han sido desecadas convenientemente para futuras hidrataciones al amparo de futuras estaciones huérfanas de los ricos rebozuelos. Este Valle de Arán siempre tan generoso. Cambiamos de hábitats los días siguientes y pudimos fotografíar pleorotus semipodridos, algún Suillus y distintas russulas, pero no buscábamos botín micológico, tan solo el silencio del hayedo para recordarlo a la vuelta ciudadana.
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Rovellón comido por las babosas |
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Cantarellus Cibarius |
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Rusula Vesca |
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Lycoperdon |
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liquen |
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Cortinarius |
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Boletus Edulis, desayuno de la babosa |
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Cortinarius |
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Clitocybe |
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Lactarius Salmonicolor |
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Setal de Cantharellus |
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Cantarellus Cibarius o Rossigñol, Rebozuelo |
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Hypholoma |
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En el abetal |
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la cosecha de Cantharellus |
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Cantharellus cibarius |
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Hydnum rufescens |
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boleto (suillus) |
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Pleorotus |
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Pleorotus Cornucopiae |
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Picnoporus Cinnabarinus. Arriba Trametes Hirsuta |
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Russula emetica |
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Russula virescens |
fotos: Eugenio Mateo
Magnífica cosecha, sí señor...!
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