Historias con mucha experiencia
Es verdad que el cuento presenta exigencias que la novela no tiene, y en eso sí debemos fijarnos a la hora de valorar técnicamente un relato. La gran ventaja que tiene el cuento literario es que se valora a sí mismo en manos del lector atento y formado. La misma pieza nos habla de cómo ha sido su ejecución, se abre el pecho y nos enseña sin pudor y con diligencia sus entrañas, sus cosidos y costuras. Lo hace sin querer, pero lo hace. Porque un cuento, un relato, es una delicada estructura que no sabe mentir a quien se acerca con el ánimo limpio y el deseo franco de reflejarse en la superficie de sus aguas.
El caso es que hace unas semanas tuve el placer de acudir a la presentación del libroHistorias con mucho cuento, del que es autor el polifacético Eugenio Mateo Otto (Zaragoza, 1950), a quien Fernando Morlanes define en el propio libro como «agitador cultural». Puede que no le falte razón, ya que Mateo ha sido y es mil y una cosas: galerista y coleccionista de arte, columnista y colaborador en diversos medios, poeta adolescente, emprendedor infatigable y hombre inquieto por definición y activo humanista.
La presentación del volumen se llevó a cabo en el salón de actos del Museo Pablo Gargallo, de Zaragoza, magnífico escenario —por cierto— para el bautizo de éste o de cualquier otro libro. Erial Ediciones respalda la entrega, que se compone de veintiocho cuentos breves custodiados a su vez por otras tantas ilustraciones de distintos dibujantes, unas mejores que otras a nuestro juicio. Si hubiese que destacar alguna es probable que nos quedásemos con los dibujos de Catasse, Alicia Sienes, Mariusz Otta, Miguel Ángel Arrudi o el mismo Eugenio Mateo, de quien aparecen tres ilustraciones en el libro.
La presentación resultó amena y no se dilató más de lo conveniente. Hicieron uso de la palabra Juan Domínguez Lasierra, que también es autor del Epílogo que cierra el libro, y Fernando Morlanes, director de Erial Ediciones y firmante del Prólogo.
Se habló del poder de la fantasía y del uso que de la misma hace Eugenio Mateo a la hora de cincelar sus narraciones. Y a lo largo del acto, se fueron leyendo breves fragmentos de los textos publicados.
En la entradilla de la solapa, Mateo nos confiesa que fue «un indisciplinado muchacho de orden que atisbaba los presentes con la atención del que quiere aprender de todo», y eso —añadimos nosotros— define su pasado y en parte también su presente. Nuestro escritor, Eugenio Mateo, es un hombre inquieto; no hay más que hablar unos minutos con él para entrever que dentro de su cerebro bullen cien ideas y cincuenta planes. La creatividad y la reacción dinámica y vital, son características que terminan de perfilar la imagen de su retrato.
Apunta Juan Domínguez Lasierra, un maestro zaragozano de la pluma, que «Eugenio nos transmite bonhomía por los cuatro costados, tal vez porque Eugenio es un hombre de experiencia, con biografía, y ha alcanzado esa sabiduría que otorga la vida a quienes han sacado de ella todo su provecho». Es muy posible que tenga razón. Lo cierto es que sus cuentos son gratos de leer y están llenos de fantasía e imaginación. Se pasa un rato agradable con ellos. Es como si con estos breves textos, Eugenio Mateo sacase de pronto a la palestra los restos vivificantes del niño generoso y creativo que lleva dentro y nos los quisiera obsequiar con envoltorio de libro. Son historias ideadas y plasmadas sin pretensiones y desde la experiencia, dadas a conocer con la humildad inteligente que solo ostenta quien sabe y conoce. Y se vale de un lenguaje llano, de la calle, actual; de una prosa viva que busca hacerse entender como objetivo primordial. Hacía mucho que no veíamos el uso puro de la onomatopeya en textos narrativos breves de autores contemporáneos, y en el libro aparecen algunas.
No dudamos que Mateo habrá disfrutado lo suyo pergeñando a ratos los cuentos que ahora publica. En ellos nos parece ver influencias variopintas, desde Kafka hasta los narradores de ahora mismo, pasando por algunos emblemáticos novelistas del siglo pasado. Y da la impresión —esto lo confiesa con franqueza el propio autor— de que los cuentos pertenecen a momentos vitales distantes y distintos. Es evidente que al escribirlos se aleja conscientemente del realismo tradicional, pero sin embargo se mantiene en el carril clásico de la escritura respecto al modo de contar las cosas. Hay en sus cuentos mito y magia, nostalgia, dolor, fábula y tragedia, placer y miedos. Y hasta un poco de contenida desmesura, igual que ocurre en la vida.
Como escribe Carlos Calvo en El pollo urbano , «En el recorrido nos encontramos a personajes de temblores imperceptibles, de olores matinales, de miradas intimidatorias, miedos fluyendo por los poros, pasos como sarmientos secos rozando el suelo, asaltantes con sombreros contra el sol, mastodontes mecánicos, beatas que se santiguan en zaguanes y corrillos, hechizos lanzados desde remotos escondites…O, en fin, lluvias que apagan los ardores y vuelven corderos a los lobos». Hay de todo un poco, como en botica.
En el fondo, cuando uno termina de leer estos cuentos, se percata de que ha participado en un juego de complicidades con el escritor, juego que implica —por parte del lector— una reescritura personal e intransferible de los mensajes que nos desliza el autor de los textos a través de sus personajes y sus acciones. Al leer su libro, hemos jugado con Eugenio Mateo Otto a recrear sus palabras haciéndolas nuestras, asumiéndolas de alguna manera casi prodigiosa, viajando con la ilusión, con la quimera, a los universos que nos sugieren sus criaturas o incluso algunas de sus descripciones. Pues eso, mire usted: en definitiva, nos parecen unos relatos idóneos para pasar un rato amable junto al fuego de la chimenea.
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