No me sustraigo a la fatal atracción del pasado que ha vuelto de repente con la contemplación de unas fotos de la visita a Cartagena de Indias (Colombia). Parece que fue ayer y sin embargo los estragos del tiempo marcan a hierro los surcos de mi transitar en el archivo general de la memoria. El viaje a Cartagena fue una consecuencia de un incentivo que generosamente me otorgó una conocida multinacional junto a un grupo de compañeros. Como tal incentivo en la programación del viaje no faltó de nada.
Pasear por el casco antiguo de esta ciudad a la orilla del Caribe significa volver a un escenario en el que piratas y corsarios se empeñaron en conquistar aquel puerto de la Corona Española del que partían los galeones cargados de oro y piedras preciosas rumbo a Sevilla. Las fortificaciones que rodean la ciudad vieja nos habla de tiempos convulsos aunque en estos últimos años se ha convertido en un destino turístico de primer nivel.
El bullicio de la ciudad con sus incansables vendedores de todo lo imaginable. El recoleto espacio de las Islas del Rosario con el Oceanarium en el que ceban a mano a los tiburones para conseguir la foto del turista. La playa kilométrica donde se ejerce una vida paralela, con las papayas que vende una espléndida matrona caribeña o con los vendedores de ostras que traen el limón con el picante incluido. Las hábiles muchachas que tejen sobre el pecho coletas con coloristas bolitas colgando. Mucho tiempo me duraron a la vuelta por no arrancar el pelo en pecho. Las cenas con desfiles de espectaculares bellezas en trajes de baño. Las actividades de ocio con el "vermuth" de langosta y cerveza en el agua tibia. Las compras, los paseos, el encuentro con la historia de la perla del Caribe. La navegación en lanchas que cortan las olas. Gastronomía, recorridos a caballo, un hotel en el que el portero te saluda por tu nombre sin que uno se la haya dado. El mundo prohibido que tienta desde cualquier esquina. Las margaritas que no afectan porque no les da tiempo antes de convertirse en sudor.
Por todo esto no me olvido de aquellas experiencias como cuando un taxi que en lugar de llevarme a una dirección concreta se deslizó hacia la selva donde se perdían las referencias. La bronca con el chófer y la victoria de regresar sano y salvo. Aquel malentendido con alguien que pensó que podría hacer de correo a la vuelta con un peso que no era mío. Los ojos de las mulatas de carnes tostadas, grandes, negros, como de sirenas atrayendo hacia el abismo. El mar turquesa y la arena blanca, tan blanca como la luz que todo lo ilumina.
Cartagena de Indias, que acaba de volver a mi actualidad de ciudadano en crisis.
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vendedor ambulante |
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plaza de Santa Teresa |
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casco histórico |
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vendedores de frutas en la calle |
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caminode las Islas del Rosario |
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Oceanarium. Isla de San Martin de Pajarales. Islas Rosario |
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Baluarte de Santa Catalina |
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Isla del Pirata. Islas Rosario |
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vendedora de fruta |
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Vendiendo ostras |
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estilistas de pelo en pecho |
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snack con langosta al baño de turista |
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partido de futbol con los empleados del Hotel Caribe |
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Hotel Caribe |
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Cartagena de Indias. La noche colonial |
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cena con desfile de moda de baño |
fotos
E.Mateo
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