Hay veces que el archipiélago canario se cobija bajo el manto desabrido de las borrascas que lamen los perfiles de su pasado de fuego y es entonces que el paisaje adquiere un verdor preciso, esmeralda volcánico, agradecido por la húmeda patina de la lluvia . La vertiente norte de Gran Canaria es un vergel que riegan los alisios y hoy, el día lleva trazas de lejanas tormentas tropicales. La montaña se nos oculta bajo una espesa niebla pero el paso de las horas nos espera con cielos cambiantes.
Es domingo, en Terol hay feria agrícola. Los tours organizados han desembarcado a los nuevos vikingos y en un bar alguno de ellos hacen paciente cola para pedir su té. Terol es una población con encanto, su caserío nos transporta a cualquier ciudad colonial en las Américas y el entorno es exuberante. Dicen que por Teror se apareció la Virgen y la llamaron del Pino, lo que lo convirtió en lugar de peregrinación y por ende centro de la actividad agrícola. La carretera nos sube hasta el Santuario de la Virgen del Pino desde donde vemos como el cielo se tiñe más de plomo. Vemos a los lejos la Isleta de Las Palmas y por la otra vertiente un tapiz de vida se arracima sobre los barrancos que se desploman en sucesión interminable. La ruta se encabrita conforme nos acercamos al Parador de Tejeda y la visibilidad es casi nula. La lluvia racheada abofetea la cara, me acuerdo del invierno y lo siento cerca. En el descenso hacia Tejeda el cielo se abre poco a poco, al final, la caprichosa naturaleza nos deja ver el Roque Bentayga, que nos espera, en el Parque rural del Nublo.
Es un gigantesco bastión con alma de basalto con 1404 metros de altura, lugar de asentamientos aborígenes y de culto ancestral. Pasamos bajo su mole imponente y adivino la dureza de las vías de escalada. De nuevo al coche, y a media ladera, pasamos por Cuevas Caídas y La Culata pero subimos ya hacia el Pico de las Nieves con la intención de ver el Roque Nublo. Salir del coche en el aparcamiento del camino de acceso al Roque significa encarar un viento helado; según el termómetro del coche estamos a 3º, pero el famoso efecto térmico nos da bajo cero. Para ser Canarias no está mal. Vemos chavales vestidos de montañeros, si dejara de soplar el viento igual nevaba. Los merenderos bajo los pinos que bordean la carretera en aquel plano están desiertos y las meriendas tendrán que esperar al anticiclón de las Azores. Al Roque Nublo tuvimos que presentirlo a través de una niebla que viajaba a velocidad endiablada. Tenemos la ventaja de poder recordarlo en su plena dimensión de cíclope en otroras visitas con cielo radiante.
El trayecto de bajada nos lleva hasta La Vega de San Mateo y como es hora de comer usamos el método infalible de preguntar a una amable lugareña que nos cuenta de un restaurante que se llama del Mercado. La espera obligada mereció la pena. Su potaje de berros, las papas arrugadas, el sargo plancha y unas sensacionales albóndigas, como las que hacía mi madre, sirvieron de excusa para probar un excelente tinto canario de la zona. Los precios hicieron mirar la carta dos veces, por lo asequibles.
Todo esto en un día. Gran Canaria es un cosmos que se deja recorrer. Aun quedo tiempo de ver la impresionante Caldera de Bandama antes de que el atardecer nos sorprendiera en Telde en el camino de vuelta a Las Palmas.
Teror |
Desde La Virgen del Pino |
fotos Eugenio Mateo
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