miércoles, 17 de junio de 2015

FERNANDO AINSA RESEÑA EL LIBRO "HISTORIAS CON MUCHO CUENTO" EN CRISIS 7




                                                                   
   


Reseñas

 La polivalente diversidad de un “agitador cultural”, contador de historias con “mucho cuento”

 Fernando Aínsa


 El principal mérito de Historias con mucho cuento es la diversidad de estilos y temas que despliega Eugenio Mateo con singular eficacia en este libro tan original como desconcertante. Cada cuento es diferente: realista o fantástico; irrupción de lo anómalo en lo cotidiano; basado en una anécdota que se “desenrolla” (y no solo se desarrolla) por una acumulación de situaciones que la desquician desde un punto de partida banal o historia contada al modo tradicional; cuentos narrados en primera o tercera persona; irrupción de la vigilia en el sueño o del “doble” que parece escapado de una pesadilla (“El río”). Todo es posible en la polivalente condición de “contador de historias” con “mucho cuento” de este “agitador cultural”, como lo define Fernando Morlanes en el prólogo.
 Metamorfosis en “Acacio, el hombre árbol”; inesperado punto de vista de un perro revelado al final en “La ardilla y el mirón”; triste destino de los ratones atrapados en cepos (“Ratones”); un jabalí capaz de dialogar con un cazador en “El cazador cazado”; un monstruo ululante que no es más que un pobre ser aquejado de dolor de muelas (“El diaple malaostia”), las molestias que puede causar un mosquito nocturno en la habitación de un hospital (“Un mosquito en el hospital”), en todos estos relatos hay un toque de humor o de leve ironía que en “Tengo un fantasma de Okupa”; en “Fortunato”, “La visita” o en “Un escritor incomprendido” puede provocar una sonrisa. Algunos cuentos llevan la ironía al grotesco como en “El concurso”, donde un escritor escribe un relato con un personaje sordo para descubrirse al final, cuando es premiado, que el propio escritor también es sordo.
 La frustración de un vengativo homicida en “El argentino” o “El billete” que pasa de mano en mano —motivo muy conocido en la tradición cuentística— reescrito con un sorpresivo final, el envenenamiento presente en “Comed, comed malditos”, en “Maldita digestión” y en “Un cuento de otoño”, anuncian muchas otras truculencias en un volumen que se deja leer con sana alegría.
 La polivalencia de Eugenio Mateo se evidencia en temas donde otro tono y una tierna melodía de remembranza histórica, emergen con contagiosa emoción de sus páginas, como en “Los niños de Morelia han vuelto”: esos ancianos que vuelven a su aldea natal en España después de toda una vida en México donde fueron conducidos de niños al término de la guerra civil.

                                                       
 Eugenio Mateo sabe que un buen cuento debe ser redondo y estar cerrado en sí mismo; que su estructura no puede distraerse ni diversificarse, porque todo relato debe estar escrito con disciplina y ese sentido de lo esencial que ha ido depurando el género a través de los siglos. Su escritura está hecha más de despojamiento que de acumulación, porque sus cuentos son autárquicos y autojustificados, en la medida en que las referencias personales e históricas del exterior han pasado a formar parte de su textura y están gobernadas por las leyes internas del género. Mateo aprieta la materia narrativa hasta darle una intensa unidad tonal; vemos a unos pocos personajes —uno puede bastar— comprometidos en una situación cuyo desenlace tan rápido como inesperado aguardamos con impaciencia.

 Los cuentos de Mateo se perciben como totalidades individuales; “Fruto redondo, concentrado en su semilla”, al decir de Enrique Anderson Imbert van “al grano” y se traducen en un lenguaje prieto, en ocasiones hermético, donde por un doble proceso de condensación y filtrado de hábiles enmascaramientos, pueden aglutinarse múltiples sentidos y significaciones. Porque, aunque concentrado y cerrado, autónomo y creativo, sus cuentos son una estructura autorreflexiva, es decir, crítica de sí misma. Hay un trasfondo social y crítico en “La instrumentista” que transporta embutidos de contrabando en el estuche de un violoncelo y en “El retrato del infiel”, donde un escarbador de basura y desperdicios revela sin querer una infidelidad conyugal.
 El encadenamiento de circunstancias puede llevar a catástrofes generalizadas. Dos cuentos de Historias con mucho cuento —“La estación” y “Tarde de compras”— en la mejor tradición del relato “La autopista del sur” de Julio Cortázar, nos llevan desde un nervioso gesto inicial —la urgida búsqueda de los billetes para viajar en autobús o el brusco rechazo de una muestra de turrón en un supermercado— al desmoronamiento de una realidad que ha perdido su sentido.
 Con prólogo de Fernando Morlanes y epílogo de Juan Domínguez Lasierra, cada uno de los cuentos de Historias con mucho cuento está ilustrado por un artista que ha sabido sintetizar metafóricamente su esencia para añadir valor al volumen.


Crisis, Revista de crítica cultural nº 7.
pag, 115

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