Están en el planeta Tierra desde su creación. Estarán cuando nosotros nos hayamos extinguido. Sin embargo, nos fijamos poco en ellas, a no ser que formen parte permanente de nuestro escenario, y aun mirándolas, dejan de tener valor apenas descubiertas. Hablamos de las rocas, de las piedras que son páginas ilustradas de la memoria que se pierde en los tiempos. Los japoneses, siempre atentos al espíritu, practican una técnica como el Suiseki, o contemplación de pequeñas piedras que recuerden un paisaje o formas antropomorfas.
A lo largo del cauce del rio Garona, sus orillas sorprenden por sus grandes rocas, con variadas formas que las corrientes y avenidas de este bravo río han ido modelando para devolvernos perfiles a los que sólo la imaginación es capaz de poner nombre. Insólitas presencias surgen también en plena naturaleza alpina, en estos casos, la simbiosis vegetal añade sutiles texturas que acabarán por cubrir de vida la exigente dureza de la piedra
Es una galería de naturalezas muertas que invitan a la contemplación. Inanimadas, inertes, estáticas, mudas. Un libro que se deja tocar y en cuyas marcas se vislumbra el caos de toda génesis mineral.
Fotos- Eugenio Mateo
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