-No deje de visitar Ochagavia- me dijo la mujer que atendía la gasolinera en Oronz, donde llegué bien temprano con cierta preocupación ya que desde Lumbier, donde la gasolinera allí existente estaba en obras, no encontré otra. El asunto me recordaba un viaje por el Maestrazgo en ruta a Puerto Mingalvo en el que al no encontrar gasolineras tuve que aprovechar el trazado de bajada en punto muerto de mi coche para evitar quedarnos tirados en mitad de ningún sitio, llegando a Mora de Rubielos de manera casi milagrosa. Decía que en Oronz, muy cerca de Ochagavía, se respiraba un ambiente bullicioso y veraniego debido al alto número de turistas. Me dirigía a la Selva de Irati, que hacía unos años que no visitaba y en aquella ocasión tomé el acceso por Orbaiceta. Quise repetir ése viaje y en Ezcaroz, un poco más arriba de Oronz, tomé la ruta que me llevó por Jaurrieta. El puerto era inclemente, no por el piso de la carretera, magnífico, sino por el trazado. Curvas que se enlazaban con otras en un tobogán diabólico. Cuándo llegué a Abaurrea Alta me decidí a dar la vuelta porque mi objetivo era transitar el Bosque y se me echaba el tiempo encima. De vuelta al cruce de Ezcaroz tomé la dirección de Ochagavía y en seguida el cartel del desvío a Irati. Me prometí que a la vuelta haría una visita a este pueblo a orillas del río Anduña.
La crónica de la excursión por La Selva de Irati ya la he contado en el blog. Terminaba ese reportaje reclamando un descanso para mis botas. La tarde vestía los contornos con un color siena púrpura cuando aparqué el coche en el último confín, pues el pueblo estaba pleno de otros vehículos de muchas procedencias. El cauce que forma el Anduña está cruzado por varios puentes, lo que establece un pueblo con dos orillas. A un lado, el caserío arrebujado bajo la iglesia de poderosa torre, y a otro, en el que estaba, parecía más proclive al deporte del "terracing". En una de ellas pude descansar viendo a las excursionistas en un babel de acentos y lenguas. El bar que manejaba la terraza me pareció un mesón de película de espadachines en el que dueño no parecía contagiarse de la sed de los parroquianos. Era un gran espacio en el que seguro sus muros tienen mucho que contar, y en su fachada, los sillares parecían teñidos de una vieja capa de humo. No sería de extrañar, habida cuenta que Ochagavía fue pasto de las llamas a manos de de los franceses en el siglo XVIII, en una de esas guerras inútiles. De aquel suceso quedaron en pie ocho casas, sólo ocho de las quinientas que había. Quizá el hoy bar con terraza fue una de ellas. Con esas disquisiciones me llegué a la otra orilla, ya calzado con unas cómodas zapatillas, para ver los rincones de este precioso pueblo. Casas solariegas de postín, recónditas esquinas bajo las grandes casonas, procelosas ventanas a lo desconocido tras robustas rejas. Una vida plácida, con la ganadería lanar y la madera como sustento. La misma esencia de los pueblos montañeses, pero se nota un lugar muy cuidado, exigente con su imagen, con la personalidad de los pueblos eskaldunes. Se podría decir que Ochagavía es uno de los pueblos bonitos de España.
Ya anochece cuando me vienen a la memoria los focos de brujería en 1539 que surgieron aquí y en otros lugares del Valle de Salazar. La represión del Santo Oficio fue brutal en estas persecuciones en Navarra y el propio alcalde de Ochagavía fue acusado de ser brujo. Me alejo de las hogueras que surgen en mi mente cuando estos valles se aprestan al sueño.
Brujas, Basajaun, Laminak, míticas presencias que se refugian en estos bosques con magia.
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Rio Anduña a su paso por Ochagavia |
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Iglesia de San Juan Bautista |
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Chiquillería de Ochagavia "Papá, no ha ganado el Osasuna" |
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fachada de caserío, hoy bar |
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Ganadería del Valle de Salazar |
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Valle del Salazar desde Tapla
fotos Eugenio Mateo |
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