miércoles, 27 de febrero de 2019

MUTRIKUARRA





MUTRIKUARRA


No salen traineras con los bravos marineros mutrikuarras a la caza de las    ballenas. Sus arpones, curtidos en mil heridas cetáceas, no brillan al sol. Tampoco navegan hasta Terranova a por el bacalao. De aquel pujante puerto con astilleros, se ha pasado a un más apacible uso deportivo.

Hoy brilla el mar y la floresta mágica que puebla el monte con verdes de una primavera adelantada. Por la villa de Mutriku se insinúan las luces y las sombras entre un dédalo urbano arracimado sobre la rada de su puerto. Se respira historia a través de los robustos muros de sus palacios; `por los pasadizos se deslizan por el empedrado los contraluces; siempre el mar abajo, como un perro fiel a la espera, aunque no siempre, cuando se yergue incontestable con su tridente de olas para reclamar la tierra firme.
Una red de caminos serpentea con un tobogán de cuestas y bajadas por el geoparkua. Bosque encantado, farallones ciclópeos, abismo, espuma paciente que socava los milenios. De pronto, la playa de Saturraran se abre frente a Ondárroa. Es febrero y hay gente que se baña. De regreso a Mutriku, se constatan 13 km. Y 17.000 pasos.

Sigue el dedo de Cosme Damián de Churruca señalando el horizonte desde su pedestal frente a la iglesia. El héroe de Trafalgar nació aquí, incluso fue su alcalde, y su memoria perdura cada día. Siguen el batzoki y la herriko taberna sirviendo pintxos; bullen los bares y tabernas con el festivo sabor de la tarde noche del sábado. Todos se vuelven a encontrar después de la faena. Se saludan,charlan, beben y comen, huele a pescado. En el norte, mezclan sus olores el mar, la montaña y la comida.















 Publicado en la revista El Clik #24