lunes, 27 de diciembre de 2010

PROYECTO ZARAGOZA ABRE POR ARTE.









El pasado 23 de Diciembre tuvo lugar en el ESPACIO CULTURAL ADOLFO DOMINGUEZ un encuentro con todos los artistas que tuvieron a bien asistir a nuestra convocatoria, a instancias de nuestro amigo GORGONIO SANJUAN, conocido organizador de eventos artísticos nacionales e internacionales. Se  trataba de dar a conocer a los artistas aragoneses, residentes en Zaragoza, un proyecto de puertas abiertas que consiguiera hacer de la Capital Aragonesa, durante 48 horas, una exposición permanente a través de los talleres o estudios de los propios artistas, así  en Centros Cívicos, Espacios Culturales o Instituciones, que a la vez convocase a otros tantos artistas internacionales para de esta manera abrir por el arte la realidad de mostrar a los ciudadanos la actividad profesional y artística de nuestros artistas y de los que trabajan en otros paises. Además quisimos tener la ocasión, dadas las fechas navideñas, de brindar por el Arte con nuestros amigos.

No cabe duda que el proyecto es ambicioso y no carente de dificultades pero debemos ser los involucrados en este mundillo del arte, los primeros en dar un paso al frente para intentar cambiar la situación actual de un desarrollo mercantilista y maniqueo del Arte. Queremos que las Instituciones nos escuchen; es su apoyo y no su tutela lo que el proyecto necesita. A la vista del interés que se ha despertado y por los comentarios de los asistentes, hemos de ser consecuentes y tener la visión a medio y pargo plazo para ir construyendo pautas que desemboquen en resultados positivos, pero lo importante ya se ha puesto en movimiento, como es la actitud de los protagonistas.

Desde  nuestra  humilde actividad, en el E.C.A.D. no queremos ser sólo anfitriones de la presentación y ofrecemos a Gorgonio y a todos los artistas que se vayan sumando, la ayuda incondicional que permitan nuestras posibilidades.


Eugenio Mateo Otto
Coordinador del Espacio Cultural Adolfo Dominguez.

Fotos Jose Luis Sicilia

DOCUMENTO PROGRAMATICO ZARAGOZA ABRE POR ARTE

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domingo, 26 de diciembre de 2010

YESTE, LA ESTELA DEL RECUERDO





                                           Abside de tambor  de influencia mozárabe serrablesa


            inscripción del tímpano: HONORE SCI SALVATORI ET SANTA MARIA MATER DEI ET SCI PETRI APSLI. 
                      anunciación con figura de la Virgen, el Angel, la paloma del Espíritu Santo y San José
                                           detalle en la base del arco de medio punto de la puerta de entrada al templo



                                                         Casa Ger


                                                             Casa   Lacasia
                                                   Casa Ger. Yeste
                                              Casa Ger
                                                         Casa Ger










                                           foto  Garcia Omedes
foto Garcia Omedes     
                                                           foto Garcia Omedes
foto Garcia Omedes



Lo primero que percibe el viajero que se acerca a Yeste es el silencio. A lo sumo el ladrido lejano de un perro que nos olfatea desde la última casa del pueblo, la única habitada de forma permanente, rompe la magia.El pueblo parece dormir bajo la protección de la torre de su iglesia románica. El tiempo se detuvo, silbando entre los muros derruidos de las otroras bulliciosas casas, ajeno al otro tiempo que circula apenas un kilómetro más abajo, ralentizado pero vivo, activo entre las vías del ferrocarril, quizá prediciendo su agonía pero punto de paso de gentes y vehículos que transitan de norte a sur y viceversa.

Puedo imaginar la vida antaño, cuando las cosechas eran las saetas del reloj de sus pobladores. El caserío tenía la prestancia montañesa de los recios hogares donde el clan familiar afrontaba los inviernos. Un noble caserón, de nombre CASA GER, sorprende en su magnitud a pesar de las viejas heridas que arruinaron sus sillares, que acabarán por dejarlo reducido a parapetos de piedra, refugio de  víboras y alacranes. Sin embargo la vida continúa y los ausentes vuelven poco a poco a poblar, tras los muros, las tardes en calma, casi a la vera del Pantano de La Peña. Es uno de los muchos pueblos de nuestra tierra a los que el "progreso" vació de susurros y que el eco cubrió de gritos sin  sonidos. Varias casas se han vuelto a habitar, algunas otras se preparan para ello, como es el caso de Casa Lacasia, con una preciosa puerta cuarteada y sillares góticos. Conviene recordar que en 1.850 la población era de 117 habitantes.

En días pasados la Asociación de Amigos de La Peña y Yeste, convocó a sus miembros para trabajar codo con codo en la rehabilitación de parte de la iglesia parroquial y su acceso. Yo no pude ayudar pero el entusiasmo de las gentes es vibrante, no en vano gran parte de los pobladores de La Peña Estación proceden de los antiguos habitantes de Yeste, que no tuvieron más remedio que emigrar, aunque sólo fuera un kilómetro, a el lugar a la orilla del Pantano y del ferrocarril donde había trabajo, servicios y comunicación. Probablemente Yeste encuentre su destino si se consiguiera crear una Rutas de visita del Románico, pues el entorno del Valle del Garona, con Rasal, Triste y Santa María contiene un rico patrimonio cultural de éste arte y la Iglesia del Salvador tiene atributos de interés suficientes para su visita. Es un templo del siglo XII con claras influencias jaquesas y mozárabes serrablesas. Su tímpano es una pieza que merece la pena observar con todo detalle. Encierra unas claves que llaman la atención, como son la figura con báculo, que se considera que representa a San Pedro pero que tiene una mano que no guarda proporción con el resto de la escena. Encima del Crismón, un Agnus Dei (Cordero de Dios) está enmarcado pero rotado unos 45º, lo que no es habitual en otros templos.Asimismo la escena de la Anunciación, revela una figura de una paloma que protagoniza, en representación del Espíritu Santo, la escena de la anunciación del Angel a la Virgen, pero que deja en segundo término a la figura de un San José, poco importante para el autor del tímpano. El ábside de tambor está rodeado por las tumbas del cementerio, algunas muy viejas, otras recientes. Esta terraza donde se asienta este camposanto es un espectacular observatorio de la Foz de Escalete y de la Sierra Caballera con el Pusilibro como referencia donde perder la mirada. En Yeste el visitante curioso podrá encontrar la estela del recuerdo.

Texto y fotos de Eugenio Mateo



jueves, 23 de diciembre de 2010

TARDE DE COMPRAS. ¿UN CUENTO DE NAVIDAD?



En el supermercado, lleno de guirnaldas de oropel y espumillón dorado, los villancicos sonaban con el volumen desorientado adrede para conseguir confundir a cada comprador e incitarle a llenar los carros o las cestas, convulsos y conversos. Tronaban en lugar de sonar, queriendo idiotizar a los neo idiotas contagiados de tanto oportunismo que se repetía cada comienzo del invierno, como salmodio de mantras con sabor a chicle, prendida cada estrofa en los pespuntes de la memoria.

Villancicos. Villancicos. Muchos villancicos que nadie sabía de su relación con el terrenal mercadeo pero sobre todo y mucho menos la hubiera sabido la figura en cuyo honor se cantaban.

Un hombre de aspecto taciturno, con el ceño fruncido y ademán de asqueado escepticismo, deambulaba entre las estanterías, pensando bien cada movimiento de posesión. En su cesta apenas un par de botes de cerveza, un brick de zumo, una bandeja de hamburguesas de “depende” y una lata de olivas rellenas. Ensimismado, calculando el precio de las cosas, no vio llegar a un Papá Noel con el traje varias tallas grande, que llevaba una bandejita con trozos de turrón de prueba. Al ponerse a su lado, el meritorio Noel le dijo en voz alta:

  --¡Feliz Navidad! Feliz Navidad! Pruebe el turrón. Ande, coja un trozo, que es gratis.

El hombre le miró; sin mediar palabra le empujó con rabia, yendo la bandeja y el Noel a proyectarse contra la góndola llena de estuches de huevos, que desparramaron por el suelo las claras viscosas y las yemas llamativas. Una señora con un gorro aparatoso y abrigo de piel dio un patinazo sobre la tortilla sin cuajar. Mientras caía, entre sorprendida y aterrorizada, empujó su carro, lleno hasta los topes, contra una cabecera de botellas de cava, apiladas en inverosímil pirámide que se desmoronó, liberando litros de liquido junto con la metralla de los cascos rotos y afilados, alcanzando a unos chavales que tarareaban de broma el villancico en la onda. Uno de ellos se revolvió rápido para esquivar un proyectil verdoso con tan mala fortuna que pisó a un anciano que sólo llevaba una barra de pan y algo de frío en el alma. En un gesto inútil intentó defender su barra pero blandiéndola como un sable de filo tierno le dio en un ojo a una mujer con un niño pequeño en brazos. Venía ésta acompañada de su marido, un primate de porte alfa, que sin pensárselo dos veces, propinó un guantazo al pobre abuelo que le hizo perder la dentadura al tiempo que se desmayaba sobre la isla de piñas tropicales que hasta entonces permanecían incólumes ante el desvarío general.

El personal del establecimiento no supo a quien atender primero pero recordaron que la música amansa a las fieras y subieron, más aún, el volumen de la misma. Entre gritos y lamentos los peces en el río se hartaron de beber y beber, porque, para unirse a la ceremonia de la confusión, se estropeó el audio repitiendo, como un sonsonete aquello de “pero mira como beben los peces en el río”.

Resultaba chocante aquel caos al compás de la estridencia festiva en nombre de la paz. Pero resultó más chocante que se cerraran las puertas del Súper para evitar que se generalizasen los saqueos, que comenzaron pronto. Como por arte de magia se arregló sola la megafonía y lo que se pudo escuchar fue la dulce melodía de Noche de Paz, aunque paz, paz, lo que se dice paz, no se consiguió hasta que se pusieron en marcha los aspersores del techo porque algún desaprensivo pensó que la lluvia apaga los ardores y vuelve corderos a los lobos.

Poco a poco volvió la calma. Ateridos, empapados, temblaron todos a la vez que la canción en este caso les recordó que esta noche es noche buena y mañana navidad, mientras iban saliendo de uno en uno cacheados por varios guardas y empleados, con rumbo a una auténtica cena navideña de pan y gloria en las alturas.


©Eugenio Mateo

miércoles, 22 de diciembre de 2010

CARTA ABIERTA A UN ALCALDE



Carta abierta al Sr. Alcalde. A cualquier Sr. Alcalde que me adeude una factura:

Tras dejar pasar un tiempo prudente (¿tres meses? ¿un año?) me veo obligado a solicitarle que se interese por el paradero de la factura que en su día emití por los servicios prestados a su comunidad.

El que suscribe es autónomo, cosa preceptiva como gerente de una Sociedad Limitada.

Con lo dicho ya adivinará usted el presupuesto mensual de que soy responsable: seguros sociales, la oficina de la entidad y sus gastos, gestoría, difusión, prevención, tráfico, créditos y demás capítulos comunes. En nuestro caso, al ser la Empresa productora de espectáculos, sumaríamos un local y el mantenimiento y reposición de material.

No se le escapa, pues, al Sr. Alcalde que para darle el servicio prestado, en la fecha y hora solicitadas, mi Empresa debe mantener un gasto fijo mensual de 4.000 euros mal contados. Luego habrá que sumar el salario y dietas del personal, alquiler de vehículos, etc.

Supongo que es el caso del resto de propietarios de facturas que apacientan en su Tesorería. No pretendo que la mía deba saltarse el orden de llegada a la mesa interventora, pues mi factura es más parnasiana que olímpica y no sabe dar saltos.

Por mi parte, sé que sus arcas están mal y que su Ayuntamiento tiene problemas con sus proveedores de energía porque es costoso iluminar monumentos y que circulen los vehículos municipales.

Una diferencia entre usted, como presidente de un ente, y yo, que presido otro, es que a usted le pueden cortar la luz en el Consistorio pero no se la cortan en su casa. No podrá repostar su coche oficial pero sí llenará el suyo propio con su crédito personal.

Con estos matices, entiendo que los dos estamos igual de entrampados, aunque su negocio es más solvente porque paga cada mes a la plantilla. Claro, a usted le sale bien lo de subir a los vecinos el caché de los servicios; a mí me salió mal: pretendía cobrarle el caché de este año pero su concejal me convenció de que era mejor cobrar lo de hace tres años, so pretexto de que así cobraríamos antes. No me quejo ¿eh? Que entiendo el otro argumento: tenemos que igualarnos a Europa.

Ahora bien, comprendiendo sus dificultades, sabiendo que anterior y posterior a mi factura hay otras y que cuando se pueda nos pagará… ¿qué hago escribiéndole esta carta?

Supongo que le escribo por mi afición epistolar y porque pienso mucho en usted. Quizá influya también, en mi afán comunicativo, el hecho de que hace varias semanas no abro la correspondencia que lleva membretes. Si no tengo lo que me piden los emisarios ¿cómo puedo responder?

Creo, Señor Alcalde, que la respuesta está en el aire acondicionado de Tesorería.

Luis Felipe Cualquiera

TEXTO QUE ME ENVÍA UN AMIGO Y QUE DESEO COMPARTIR CON TODOS LOS ACREEDORES PRESENTES Y FUTUROS DEL SISTEMA

UN DIA EN LA VIDA DE MICHELANGELO. Relato

©UN DIA EN LA VIDA DE MICHELANGELO.


Teñía el sol de amarillo el lomo del Arno, preludio de un día caluroso en aquella tierra de la Toscana. Nueve campanadas sonaron en San Lorenzo. En la enorme estancia, un arrugado bulto se movió sobre las sábanas que a la vez palmeteó con impaciencia llamando a los criados.


Michelangelo Buonarroti se dolió cuando sus piernas tocaron el suelo, cansadas de cargar con un cuerpo de setenta y cinco años y lamentó haberse dejado el ungüento de caléndula en Roma, porque le aliviaba el dolor en sus articulaciones. Era viejo, a pesar de su atareada y prolífica existencia, por lo que estos viajes imprevistos no le gustaban, ocasionando que se despertara con mal humor esa mañana. Salió al balcón medio desnudo, desparramando la mirada por toda ciudad. Su ciudad. A escasos metros la fachada de la iglesia de San Lorenzo le devolvió, como un espejo, algún rayo de sol, y un poco más allá, la silueta familiar del Duomo se obstinó en recordarle quien era. Se entretuvo en recorrer los ojos por las calles un millón de veces transitadas; recordó, como se recuerdan las cosas importantes, con un sobresalto, momentos que por lejanos parecían pertenecer a otra persona, dudando en cuales de sus vidas ocurrieron. La voz de una criada le hizo regresar a su aposento y se dejó ayudar para tener el aspecto necesario ante lo que se le avecinaba.


                                              palazzo Médici Riccardi

El Gran Duque Cosme I le había enviado recado a Roma para llegarse hasta Florencia como invitado en su Palazzo Médici Riccardi, con motivo de la presentación de la obra escrita por su amigo Giogio Vasari con el mecenazgo del Duque, sobre las biografías de todos los grandes artistas florentinos y romanos, con excepción de los venecianos a los que Vasari no apreciaba por distintas razones. Esta grandiosa obra, en el que se acuñó por vez primera el término Rinascita (Renacimiento), se titulaba “ Le Vite de`piú Eccellenti Pittori, Scultori, ed Architettori”. Quería el cielo que el único artista vivo de los que se hablaba en el libro era él y por tanto el único a homenajear físicamente. No compartía con su amigo la enemistad hacia los artistas venecianos, más bien, rendía pública admiración por Tiziano, pero el libro no era suyo, simplemente hablaban de él, como hablaban de Leonardo o Rafael, de Giotto o Donatello, así que, aunque cansado de honores y escéptico del poder, aceptó la invitación del Médici. Muchas veces en su vida valoró los vaivenes que su relación con los Médici le procuraron, aunque la gratitud hacia Lorenzo el Magnífico pagaba con creces cualquier cuenta.


Cuando salió del Palacio, (en el que había cumplido el encargo de mejorar su fachada, treinta y tres años atrás), montado en el palanquín que el Gran Duque hizo enviarle para llevarle a la Recepción, que también inauguraba los Jardines de Bóboli de su nuevo Palazzo Pitti, donde Cosme I había trasladado su residencia, Michelangelo notó que la atmosfera de Florencia le atravesaba la piel y sintió cómo si los olores, no siempre gratos, le devolvieran a la infancia.

Corría el año 1550. Su larga vida le sirvió como barca para volver al pasado. La memoria se posó en la puerta del taller de los hermanos Ghirlandaio, con su padre firmando el documento que lo convertía en aprendiz, sus doce años como cantera para tallar, de los famosos artistas para aprender a pintar. La Toscana hervía bajo el poder de los banqueros, pues no otra cosa eran los Médici, que fruto de sus intercambios comerciales con toda Europa permitieron atraer las corrientes del arte hacia su capital, Florencia, donde los artistas y humanistas sembraron la simiente del nuevo despertar de Occidente. Rememoró con nostalgia su estancia en el Jardín del Convento de San Marcos, inaugurado por Lorenzo II el Magnífico como escuela de las artes; la admisión como su hijo adoptivo en el Palacio Médici; las largas discusiones con humanistas como Poliziano, Fizino o Pico Della Mirandola sobre las Teorías idealistas de Platón; la enfebrecida aplicación a sus trabajos en pintura o escultura; las prácticas de anatomía por las noches; aquellas razones que dieron razón a su vida. Los años vividos en el Palazzo de la Vía Longa bajo el mecenazgo de Lorenzo fueron la roca donde se talló a si mismo, reconoció mientras la comitiva llegó a los aledaños de San Lorenzo.

                                            pintura temprana de Miguel Angel

Recordó con cierta melancolía la construcción de la capilla nueva a sus cuarenta y seis esplendorosos años. Daría todo su conocimiento por volver a oír su corazón latir con la fuerza de aquellos días y se le escapó un suspiro. Dejaron atrás el templo y el guirigay del mercado cercano; pronto se hizo visible la cúpula de Santa Maria de Fiore; la admiró de nuevo, no en vano se había inspirado en la idea de Brunelleschi para crear su amada cúpula de la Basílica de San Pedro, en la que llevaba trabajando entonces cuatro años y que aún tendría que esperar otros once para terminar la maqueta de la que sería la cúpula más grande de la cristiandad y su obra cumbre como arquitecto. Quedó a su espalda la torre, Il Campanile, como le llamaban todos, que le habían encargado a Giotto y al paso de los porteadores, bajando por la Via del Proconsolo se fueron acercando al Palazzo Della Podestá, residencia del más alto Magistrado de la ciudad. Nunca supo que muchos siglos después, la estatua de su Baco reposaría tras esos muros. No le gustaba el símbolo que representaba el edificio pues en más de una ocasión los avatares de la política le pusieron cerca de sus puertas. Finalmente llegaron a la Plazza Della Signoría. El gentío deambulaba entre los materiales del Palazzo Ugunncioni, que se estaba comenzando a construir enfrente del Palazzo Vecchio. Como centro de la ciudad, aquel espacio mostraba el caos febril de la vida que se desarrollaba en ella: comerciantes ofreciendo sus paños; curanderos y sibilas; hechadores de cartas y pitonisas; traficantes de especias; dentistas; perfumistas; rapsodas de Dante; pintores con los caballetes listos; rateros y estafadores; señores y plebeyos; funcionarios del Duque; soldados holgando persiguiendo doncellas sin varón. A su paso, todos le conocían, haciendo reverencias o simples saludos, según la condición. El, a su vez, los miraba con ojos de comprensión.

Conforme pasaba delante de la estatua de David, su mirada se perdió conscientemente en los rasgos más bellos de hombre que jamás salieron de sus manos. Retrocedió cincuenta años para recordar a Cecchino dei Bracci; aquel joven por el que sintió el amor más ardiente, que lejos de satisfacerle, le hundió en la pelea entre la razón y el deseo. La belleza es una magna consecuencia de la pureza, aforismo que él siempre había defendido, y su genio exploraba los contornos en la búsqueda de la perfección. Cecchino era perfecto y él no podía dejar de amar todo lo perfecto. Legó a la humanidad su conflicto y ésta le perdonó su pecado de honradez a la vista de la herencia.


El resto de esculturas al lado de su David no le importaron; siempre creyó que Bandinelli quiso copiarle con su Hercules y Caco pero el pueblo florentino se erigió en juez, ridiculizando la exageración de los músculos y los rostros teatrales de las dos figuras, realzando de este modo y por otra parte, la elegancia del David. Todos conocían que la estatua había sido encargada en primera instancia a Michelangelo y de ahí la envidia de Bandinelli. Se despidió de Cecchino amándole en la distancia de los rasgos de su David.

En el edificio de enfrente, la Loggia dei Lanzi, vió a su viejo amigo Benvenuto Cellini que estaba con varias personas realizando mediciones. Conocía su proyecto del Perseo y en los cinco años que llevaba trabajando en la escultura, pudo admirar los bocetos y supo que sería una figura magnífica y bellísima que algún día brillaría con luz propia sobre toda la ciudad. Le saludó y fue correspondido con un alborozado grito de alegría. Pero no se detuvo, habría ocasión de beber una copa de vino con él algún otro día.


El tiempo apremiaba y el sol estaba alto, así que mandó agilizar el paso y enfilaron hacia el Arno, por la plaza en la que unos años más tarde, el mismo Vasari que había escrito la Enciclopedia , construiría el Palazzo degli Uffizi. Cuando se aproximaron al Ponte Vecchio, el conocido hedor de la carne descompuesta se le introdujo por su nariz chata. Desde casi cien años, los carniceros de Florencia monopolizaban el comercio de la venta de carne en los puestos y bancos sobre el puente. Pasar por allí exigía un duro ejercicio de templanza pero sus años mozos, curtidos en las clases de anatomía con los cadáveres, le habían dado el antídoto contra la naúsea. A sus sirvientes no les sirvió de nada y el suelo de paja se hizo más resbaladizo con sus vómitos.

Por suerte, la silueta del Palazzo Pitti se reconocía muy cercana. Era un edificio imponente que hacía un año la familia Pitti vendió a la Gran Duquesa Leonor Alvarez de Toledo, esposa de Cosme I para ser la residencia oficial de los grandes duques Médici. A pesar de sus enormes dimensiones, el palacio no podía competir con la magnificencia de las otras residencias Médicis, pero Leonor había influido en su esposo para iniciar unas obras que le dotarían del esplendor de sus nuevos dueños. Las primeras ampliaciones fueron en la colina de Boboli, detrás del palacio, donde Pericoli realizó el primer proyecto, que posteriormente y rematado por Vasari, ocupó cuarenta y cinco mil metros cuadrados.
                                            
                              
Cuando Michelangelo llegó a la gran explanada exterior tuvo la primera y agradable sorpresa, pues acudió a recibirle su querido discípulo Tommaso Cavalieri. Su auténtico amor al que la vejez del maestro convirtió en su mejor compañero. La pasión, atemperada por el paso de los años era mutua y aunque ya no eran amantes, Tommaso tenía por su maestro una total veneración, siendo su amigo y compañero hasta la muerte de Michelangelo. Venía de Roma, donde había sido nombrado consejero del nuevo Papa Julio III y no quería perderse la presentación del libro de Vasari y los honores que merecía su maestro. Se miraron cómo sólo los amantes son capaces, con discreción casi clandestina, se abrazaron y juntos penetraron en el patio de armas de palacio, desde donde fueron conducidos ante la presencia de los Duques.

La fiesta tuvo el protocolo de los grandes días de gloria de Florencia pero el viejo maestro añoraba sus espartanos aposentos en los que escribía los sonetos de amor más sinceros que poeta alguno escribió. La sinceridad del amor Platónico rendido y prisionero de la belleza. Mientras recibía los elogios de Vasari ante los invitados y los duques le invitaban a su mesa, Michelangelo dejó volar su mente por encima de las murallas y las suaves colinas de la Toscana le susurraron en voz baja secretos que a nadie más contarían.



©Eugenio Mateo Otto