Los uniformes se dividen en dos clases, el de opereta y el de ópera bufa. Luego está la interminable relación de monos de trabajo, a los que también se les llama uniformes, por aquello de la uniformidad laboral, que van desde el de peón, al de operario, al de técnico diverso; después existen aquellos en los que las armas hacen juego, incluso algunos en los que la moda ha convertido lo laboral en banal o también esos uniformes negros por los que aparece la santidad en forma de alzacuellos blancos; estos especialmente son muy bizarros porque tienen un corte divino.
El mono de trabajo sólo tiene un fin. Que nos podamos reconocer a la primera pero sobre todo que nos podamos clasificar sin titubeos puesto que en función de las trazas que aporte, mas importante será la categoría del individuo que lo porte. Hay excepciones, me acuerdo de esos flamantes mono-uniformes que lucen los porteros de los hoteles de lujo de Nueva York con ese look de húsar austrohúngaro que a algún “despistao” les podría confundir con el mariscal Goering. Debe haber alguna relación entre el poder y los monos de trabajo de guerra, aunque es justo reconocer que es en ese estamento donde se encuentran más los de opereta u ópera bufa. Casi siempre con glamour exótico, pasando de los galones a las estrellas que hasta escapan por la gorra empujadas por un suspiro de genocidio.
Decía que es un elemento que pretende ser emulgente pero aunque estemos juntos, no estamos revueltos. Los sutiles detalles de los galones o estrellas en bocamangas, cuellos o gorras, cualquier distintivo en definitiva sobre el pecho, da caché. Sin embargo una camisa de minero no es admitida en todos los círculos, ni siquiera el mono fosforescente de los que cortan las carreteras por obras, asegura la inmunidad ante un kamikaze al volante. Luego están los que creen que no lo llevan y algunos que realmente no usan. Pocos, porque el mono de trabajo ha cambiado mucho en sus conceptos y la inmensa mayoría de nosotros lo llevamos sin darnos cuenta pero no podemos alarmarnos demasiado sin recordar que hemos crecido con uniforme desde el colegio y que por tanto lo llevamos en la sangre.
A modo de confidencia les diré, estimados lectores, que toda esta perorata uniformada se ha basado en la impresión que recibí hace un par de días, cuando pude dar fe de los uniformes de ópera bufa que desfilaban en una boda, los cuales competían en la carrera del abalorio y el oropel. Pareciera que pretendieran caer allí mismo bajo el peso de tanta hoja de lata. No me explico que armazón llevaran para ir derechos. Algunos miembros de la rama masculina de los que pagaban el convite parecían vendedores de horchata con su uniforme blanco y un par de pins a modo de medallas sobre el torso. Muy poco bizarro, la verdad, aunque igual eran uniformes de Armani y como no entendemos…
Eugenio Mateo
artículo publicado en el Inconformista Digital
http://www.elinconformistadigi
Un poco de mala leche sí que le pones, amigo, está claro que no te gusta alguna de la gente uniformada, cosa por otro lado bastante generalizada. Gracias por tu franqueza
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