El ocio como pretexto
Eugenio Mateo
imagen cedida por Hilary Senhanli |
38//Crisis. Revista de crítica cultural. N.º 02. Febrero 2013
"El hombre solo está
realmente ocioso cuando se aburre."
Un ocio
bien disfrutado se cimenta sobre unas aficiones bien desarrolladas o lo que es
lo mismo, para utilizar convenientemente el tiempo libre hay que saber
administrarlo.
Nos llega
en primer lugar la búsqueda de la auténtica definición de la palabra Ocio. En
la antigua Grecia se le consideraba una herramienta de reflexión sobre la vida
en su conjunto, así, para los griegos, estar ocioso significaba estar pensando.
En la moderna sociedad de nuestro tiempo el Ocio se percibe como el paréntesis
entre actividades como el trabajo, las tareas familiares o sociales;
obligaciones en definitiva que necesitan de desconexión para evitar un desgaste
emocional peligroso. Tener tiempo libre es el escape por el que pasa el propio
enriquecimiento como individuo a través del descanso o de la diversión y sobre
todo para relacionarse con los demás en condiciones de igualdad, ayudando así al
desarrollo de la información y/o de la formación.
“
Al amparo de las
famosas reglas de mercado y
del abandono del propio erial fueron surgiendo consignas
contrarias a la inteligencia que buscan beneficios al
socaire del pretexto que subvierte el concepto de ocio
en consumo".
Hay una
frase anónima que dice que el ocio es la madre de todos los vicios. Supongo que
el anonimato es simplemente el sentimiento de vergüenza del autor, sabedor de la enorme barbaridad que muestra su
significado. Puede ser frase de púlpito o de arenga; desde luego nada
edificante en relación a los intereses que se ocultan tras ella y que condenan
al preclaro autor a la galería gloriosa de los imbéciles.
Quizá uno
de los efectos de la saludable evolución de la sociedad haya sido desterrar
anacronismos como el mencionado. Quizá, la definición de modernidad se sustenta
sobre la capacidad del Hombre a elegir una vida más rica pero más compleja.
Quizá nos engañamos con el efecto real que
se obtiene de un ocio consentido. No hay que perder de vista que su práctica es un ejercicio voluntario al
que las circunstancias imperantes se han propuesto convertir en un ejercicio de
ocio inducido y a las pruebas me remito.
Empezaba
esta reflexión diciendo que para aprovechar el ocio se necesita de la educación
de las aficiones. Ambos conceptos etimológicos están intrínsicamente unidos, de
manera que el uno sin el otro no tienen sentido alguno o lo que es peor, se
podría decir que el hombre sólo está realmente ocioso cuando se aburre. La
abulia es una rata que roe el esqueleto hasta el total derrumbe y el
aburrimiento es la peor señal de estar perdido. No obstante, ambos son fluidos
del córtex y por tanto forman parte de nuestro acerbo antropológico. Cambiar
conductas es complejo y caro, como lo es educar en todas sus acepciones y al
amparo de las famosas reglas de mercado y del abandono del propio erial fueron
surgiendo consignas contrarias a la inteligencia que buscan beneficios al
socaire del pretexto que subvierte el concepto de ocio en consumo. Entre sus
logros figura el cambio semántico o lo que es lo mismo, borrar su identidad
para sepultarla en una amalgama de intereses de grandes corporaciones que
siempre han practicado el negotium.
"Los anzuelos de las
tendencias se lanzaron ya
hace tiempo al agua revuelta
de nuestras miserias y
picando y picando hemos
conseguido pagar hasta por
cansarnos."
Con el pretexto de ofrecer esparcimiento han
convertido al skholé griego y al otium romano en ocio capitalista
generando necesidades que han de pagarse y cerrando el círculo vicioso de la
producción: trabaja para consumir y consume para tener que trabajar. Obviamente
todas estas desgracias afectan a
cualquier actividad de nuestras vidas pero aplicadas a la práctica del ocio
cobran un especial valor en lo que
significa constatar que estar ocioso es muy caro. Setenta y dos mil
millones de euros tienen la culpa. Cifra demasiado abultada como para ser
ignorada por los mercaderes que no dudan de aprovecharse de todas,
absolutamente todas, nuestras necesidades para, poniéndoles precio,
convertirnos en meros sujetos pasivos de su rapiña. El ocio lúdico en cada una
de sus variantes, lleva etiqueta. No es lo mismo sudar a pecho descubierto que
hacerlo arrebujado por un marca, como tampoco es lo mismo vestir de diario o de
casual. Los anzuelos de las
tendencias se lanzaron ya hace tiempo al agua revuelta de nuestras miserias y
picando y picando hemos conseguido pagar hasta por cansarnos, el más claro de
los exponentes del sinsentido, toda vez que antes se cobraba por trabajar, que
es lo que más nos cansa, en su sentido literal de labor-esfuerzo. La libre
economía se sacó de la manga, otra vez, la eterna lucha de clases: ocio para
ricos y ocio para pobres, porque es manifiesto que aunque esta circunstancia se
prolonga desde el principio de las civilizaciones, nunca hasta ahora las reglas fueron tan
sibilinas al inculcarnos el culto del tiempo libre como placebo que reduce la
sensación de ser un mero productor a la deriva. Con renta escasa se obtiene un
ocio de galería comercial. Con buena bolsa, la gran parafernalia espera. ¿Alors
cela a-t-il?
Como diría
el sabio: ha llegado la hora del regreso a casa. Volver a recorrer los pasillos
polvorientos de nuestras referencias y enfrentarnos al espejo cristalino del
horizonte. Abrir las ventanas de los significados y querer huir sin dar un
paso. Soñar que sigues vivo y despertar de nuevo inocente y único. Ignorar,
aceptar, comprender, conocer. Ser un ocioso anónimo carente de pretextos.
Crisis. Revista de crítica cultural. N.º 02. Febrero 2013 // 39
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