La importancia de los mitos / Eugenio Mateo Otto |
En estos tiempos en los que vivimos a prueba, hasta los mitos nos fallan. Valga esta aseveración para mostrar mi desencanto hacia las leyendas de nuevo cuño, sean producto de la mercadotecnia o del papel couché. Esta sociedad en fusión es capaz de olvidar el sentido auténtico de los mitos para plagar de sucedáneos el plano metafísico de la realidad llevando la contraria a las tesis que sostienen que los mitos afianzan nuestros valores morales y que son de importancia crucial, dado el deterioro de la moralidad, que parece haber desaparecido completamente en ciertas áreas.
Decía Rollo May que el mito como producto social ha surgido de muy distintas fuentes, cargado de funciones, persistente en el tiempo pero no inmune a él; es decir, su estructura permanece aunque cambie su forma, y como todo producto social, adquiere su verdadera dimensión cuando es referida a la sociedad en su conjunto.
Los medios de comunicación son la mayor fábrica de mitos y es posible que los mitos posean un significado en su propia estructura, que inconscientemente puede que represente elementos estructurales de la propia sociedad en la que se originaron o actitudes típicas del comportamiento de los propios creadores de los mitos. Pueden también reflejar ciertas preocupaciones humanas específicas, que incluyen las que las contradicciones entre los instintos, deseos y las inconmovibles realidades de la naturaleza y la sociedad pueden producir.
Neo mitos, neo héroes, neo propaganda. En los nuevos idus de marzo los augurios nos traen mitos que ya no educan sino que, deformando las insatisfacciones, exigen adhesiones de renuncia al más puro estilo replicante. Copiarles. Copiar es la estrategia; copiar hasta la manera de mentir, aunque la cruda realidad nos venga a confirmar lo que nunca convino sospechar: la mayoría son de cartón piedra; entonces, se nos viene abajo, un poco más, el liviano sombrajo tan pacientemente levantado creyendo que nos libraría de las tormentas y sin aliento, levantamos uno nuevo, que se vuelve a derrumbar, y, así, mientras pasan los días, nos acercamos al final de las escenas en esta película donde fuimos reclutados como figurantes. Si en los tiempos originarios se identifica a los mitos con grandes héroes o dioses, hoy solo encontramos placebos para la cotidianeidad y exigencias que rigen nuestra vida, consecuencias de nuestra endeblez o de nuestra falta de prejuicios.
Es interesante postular de modo específico que el mito, en cuanto relato oral, es una práctica discursiva sobre los acontecimientos primigenios ocurridos en el principio de los tiempos, entre seres sobrenaturales, y que dan cuenta de la cosmogonía, de la antropogonía y del origen de algo en el mundo como los elementos naturales y los pertenecientes a los derivados de la naturaleza humana. Estos son los mitos que realmente me interesan y en los que aún puedo encontrar refugio. Leyendas que me hablen de tipos insólitos o fabulosos, de seres que me den la mano para cruzar al otro lado. En consecuencia, postulo que el mito refleja en su conjunto poliédrico los diversos ámbitos de la realidad del mundo, pero al mismo tiempo especula; es decir, los mitos deben servirnos para pensar. Así, llegados hasta aquí, descubrimos que nuestro imaginario tiene la llave del regreso. El camino hacia la identidad, de la que surgen figuras como Mosén Bruno Fierro, el cura contrabandista de Saravillo, grande en virtudes y en vicios; o Puchamán de Lobarre, el pícaro chungón presente en todos los bautizos o en todos los entierros; Mariano Bielsa “Chistavín”, el mejor andarín o corredor pedestre de su época en España. Pero el mito que más me gusta es el del “Bandido Cucaracha”, Mariano Gavín, al que siguieron cincuenta hombres en sus cuitas por el desierto monegrino y que murió envenenado con un vaso de vino. Nada hay de grandeza en sus hazañas, si acaso, meros actos de bandolerismo, pero la épica de su vida lo convierte en un ser a mitad camino entre el hambre y la desesperanza, que es, en definitiva, la encrucijada de nuestros temores.
Aunque Lévi-Strauss conceda más valor a la contingencia, porque plantea que el mito en la actualidad se ajusta a la infraestructura tecno-económica, yo -¡qué quieren que les diga!- prefiero los mitos que se cobijan bajo las mesas camilla en el ritual de una tarde de invierno.
http://www.elpollourbano.net/
también publicado en Siglo21. USA. Opinión
http://siglo21.com/siglo21-edicion-pdf/
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