En el Valle de Aran hay tantos lugares para recorrer que es difícil la elección de la ruta, pero en estos últimos días del verano, hemos elegido una de las más bonitas, sin caer en la dureza, que necesita de otra logística y planificación, pero que exige tener la caja de cambios del pecho en condiciones de ser capaz de atacar los cambios de nivel, sin que el motor ronque.
De esta manera y con un día espléndido, que luego, cambió de repente y las tormentas vinieron a estropear, enfilamos por Artiés hacia Valartiés, ya en la periferia del Parque Nacional de Aigues Tortes, para dejar el coche en el aparcamiento obligatorio, a tres kilometros del Pont de Rei, comienzo real de la ascensión al Refugio de La Restanca, etapa para mayores aventuras, como es el Mazizo de los Besiberris, con la altura máxima del Valle, de 3015 metros, y que quedó grabada en mi página de retos para la próxima primavera, pues la nieve no tardará mucho en venir.
Los tres kilómetros primeros recorren Valarties por una pista de tierra blanca y que el taxi de servicio que sube a los que no quieren complicaciones, se encarga de esparcir por un aire, que de tan puro, no admite una sola mota de polvo, por lo que a los sufridos senderistas, que circulamos extasiados por un bosque profundo y sugerente, nos envuelve una nube feroz cada vez que el buen hombre sube o baja, haciendo alarde de potencia innecesaria, y que se llevó más de una imprecación por mi parte en forma de blasfemia. Esta es la parte menos onírica, digamos.
Pero enseguida el mal humor se esfuma, presionado por las buenas vibraciones que la montaña desprende gratuitamente a los que las quieren sentir y con un ligero sudor por la caminata se llega al Pont de Rei, donde las señales indican dos posibilidades, o bien nos decantamos por un sendero agreste y poco amable, sin ninguna sombra y entre gleras desprendidas, que lleva a Tort de Rius y más lejos al Lac de Mar, o sin pausa giramos a la izquierda para adentrarnos en un bosque mixto de coníferas, con grandes abetos negros que comparten espacio con llamativos serbales de cazadores y un soto bosque con arbustos y helechos, que prometen mitigar el esfuerzo por venir y que seguro exigirá la máxima atención. La senda, en sus primeros arranques, pone a prueba las piernas y el corazón, pero la subida meteórica se abre en una sin par perspectiva del Collado o Coret de Pruedo con sus 2600m de altitud. Una hora y quince es el trayecto hasta refugio, pero confío en hacerlo en menos, pues una buena segunda, incluso tercera a veces, es una marcha conveniente.
Por ambos lados de la senda, perfecta y visible, las frambuesas se ofrecen, maduras unas, sin madurar algunas, como temtempié goloso y no nos privamos de su degustación. Rododendros,emborrachacabras, grosellas, mirtilos, damianas, frutos y más frutos, alimentos de los corzos y los zorros, de las jinetas, jabalíes, ciervos, se presentan en revista ante nuestros ojos, aunque el sudor llega a distorsionar la realidad. A mediodía, se impone el análisis; negras nubes van cubriendo el cielo, no llevamos comida ni siquiera agua suficiente, volver es lo prudente. Renunciar es lo mejor y cuando bajamos, más relajados, aparecen las primeras setas, varios robellones, lactarius delicius, algunas pholiotas sobre un tronco de abeto cortado, muchas rusulas. La temporada enseña su cara tímida,- que llueva- pienso, y el cielo me hace caso, pues llueve ahora y el camino de vuelta lo hacemos entre gotas. Me acuerdo, en ese instante, de los que nos han pasado en la ascensión, y espero que allá arriba, en los ibones, su equipo escaso en algunos, no les gaste una mala pasada.
A nosotros, de vuelta en casa, nos esperan unos chuletones de buey a la brasa.
Salud.
Eugenio Mateo.
septiembre 09
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