En aquel bosque dicen que habitaba un gnomo cabreado, que se entretenía en tirar piedras a la gente, emboscado en la espesura, y en espantar a los rebaños mientras pastaban, para fastidio del pastor y de los aldeanos. Pocos lo habian visto pero se sabía que andaba detrás de todas las cosas raras que ocurrían por la redolada, así su fama fué creciendo y se le nombraba como el diablu Mala Hostia para espanto de las beatas que con su sola imprecación se santiguaban en los zaguanes y corrillos.
En todas las puertas y ventanas se colgaron espantabrujas de hojas de cardo, acebo, enebro,sapos disecados al sol y todo aquello que los montañeses creían que les ayudaría para auyentar al mal bicho y protegerlos de los hechizos que a buen seguro les lanzaría no más verlos, de tal manera que las casas pronto asumieron un aspecto de fiesta pagana que no estaba en la línea de los motivos de su colocación, pues ya se sabe que la gente tiende a la exageración involuntaria y no es causa condenarlos por estas supersticiones de mal menor.
El gnomo estaba triste, aunque no sabía si estaba más triste que cabreado, porque las gentes hablaban mal de él, que las oía en sus cuchicheos cuando las espíaba desde dentro de los grandes troncos o las observaba desde los tejados en penumbra, antes del anochecer. Y la mezcla de los dos grandes sentimientos le hacía proferir alaridos que helaban la sangre de los moradores, no tanto por asustar sino por echar fuera el mal pelo del dolor de muelas que desde hace un tiempo le amargaba hasta extremos insufribles. Como un ser a mitad camino entre lo fantástico y lo real también padecía como los humanos, más bien padecía más que ellos cuando el dolor le hacía dar botes como una pelota de trapo desfilachada, en el fondo de la gruta donde se cobijaba y aborrecía que le temiesen cuando en realidad sólo necesitaba ayuda. Curiosamente los gnomos no lloran; simplemente no saben, de esta manera el dolor lo combatía con gritos y aspavientos y esto era interpretado por los otros como maldad y estratagemas del averno. Otra cosa hubiera sido si el llanto, que todo lo cura, le hubiese asomado por sus ojos de manera natural; entonces le habrían mirado de otra forma pues es conocido que las lágrimas mueven a la conmiseración en la gente buena, aunque es regocijo en los malvados ver a los demás llorar, que de todo hay.
En estas cuitas estaba y sopesó el flemón que le abultaba su rostro de diablillo de manera exagerada, por lo que se propuso hacer algo para ganarse la amistad con sus vecinos y de paso la ayuda para acabar con ese dolor que no lo dejaba pensar. Entendió que quizá un simple gesto pondría a la ignorante población de humanos en condiciones de comprender que estaban equivocados en sus juicios sobre él. Se trataba de eso, de un gesto ¿pero cual? y se pasó toda la noche devanándose los sesos. Le despertó el alba en una duermevela mientras los ratones de campo que colonizaban su cueva buscaban el desayuno entre los rincones.
Se le ocurrió una idea. La regurgitó varias veces como la digestión de una vaca. Adentro, afuera, así varias veces hasta que estuvo seguro. Ufano se puso en marcha.
En una de las casa del pueblo almacenaban unos botes que él había visto como los usaban, de manera que antes de que abrieran el local, arrampló con todos los que pudo acarrear, pues no en vano los duendes y los gnomos tienen una fuerza sobrenatural. Se llegó con ellos a un bosquecillo cercano al pueblo donde había una casa deshabitada con preciosos pinos y acacias. Estuvo trabajando todo el día pero nadie lo vio, aunque tuvo que emplear varias pedradas cuando presentía que se acercaban al lugar camino de otros sitios. De esta manera y gracias al miedo que inspiraba pudo acabar su trabajo. Aún se retrasó un poco pues la vanidad que a todos nos ronda
también a Mala Hostia le ganó y perdió unos minutos dejando su retrato sobre un tronco.
Cuando la noche cayó se retiró acompañado de su dolor de muelas sempiterno y esperó a que su obra fuera descubierta.
La mañana llegó y la gente se fue a sus tareas. Unos gritos tomaron forma desde el lugar donde el gnomo estuvo trabajando. Los gritos llamaban a los demás a acudir y como no fuese suficiente, la campana alertó a toda la comarca con su repique. Todos los habitantes del valle se llegaron hasta el bosquecillo y mientras unos se santiguaban, otros tenían tan abiertas la bocas que a más de uno les cupo un moscardón por ellas, pero todos, absolutamente todos quedaron deslumbrados por los colores que teñían los troncos de aquellos árboles, de las formas que rodeaban la madera, de los rostros de seres que les saludaban desde el otro lado de la corteza e incluso reconocieron la silueta de Mala Hostia, que desde dentro les sonreía. Lo más curioso es que a nadie les dio temor aquella intervención artística y fueron capaces de entender que era un mensaje de aquel ser temido.
El les observaba desde cerca pero escondido, esperando su reacción. Cuando comprendió que no tenía nada que temer, salió de la espesura y se hizo visible. Los demás lo vieron y a punto estuvieron de echarse a correr pero la mirada de Mala Hostia no llevaba ira ni amenaza. Se acercó a ellos con las manos abiertas, en paz, y el gran flemón afeando su feo rostro. Como le dolía no pudo evitar ponerse la mano y entonces una mujer, quizá la más despierta, le preguntó si le dolía, a lo que el gnomo respondió con la cabeza que sí.
Se puede suponer que el regocijo fue grande entre aquellas gentes. El barbero le arrancó la muela y la infección. Nunca hubo, a partir de entonces, suspicacia entre ellos y hasta hoy sigue el status quo. Tambien siguen brillando bajo el sol los árboles con rostro.
TEXTO de E.Mateo
fotos de E.Mateo
pintura sobre arboles E. Mateo