Nuestro ignorado cosmos personal se ve
sacudido en demasiadas ocasiones por algo parecido a un desplome de la propia
identidad que nos acaba sepultando entre las fracturas de las certezas y el
estruendo de las dudas. Es volver a constatar que todo lo que nos rodea es sólo
atrezzo y aunque por consabido, no deja de ser un
camino mil veces presentido en cada
decepción.
La decepción es un
sentimiento egoísta porque antepone el yo ante lo demás. Es una consecuencia de
la convicción y como dijo Nietzche: “La convicción es una cárcel”. Se han
abierto las puertas de las nuestras y hemos pensado por un momento que sabíamos
volar. La dura realidad se ha ido encargando de abatir muchos intentos y ya no
quedan convicciones donde planear. Nos queda la decepción como refugio en la
topera oscura de la memoria donde se roen las traiciones anunciadas.
Al egoísmo se le debe
considerar un síndrome. Síndrome que nos afecta a todos, en mayor o menor
medida, y por el que se nos manipula fácilmente, El egoísta es propenso a la
decepción porque siempre lo espera todo en primera persona; es entonces cuando
aparecen los reclamos, las promesas, los engaños y los desengaños. Es presa
fácil para los analistas y carne de cañón para los encantadores de serpientes.
Los mentirosos viven entre
nosotros, incluso yo podría ser uno de ellos, y usted mismo, al otro lado del
teclado. La categoría de la mentira depende de la importancia de quien la dice,
por eso no nos extraña el ancestral
predicamento de que cuanto más alto se dice más mentira es. No hay
ningún archivo que guarde las misceláneas de nuestra propia dimensión como
embusteros pero las hemerotecas están llenas de frases tan estúpidas como para
ser desenmascaradas en el instante de
ser dichas aunque, sorprendentemente, no lo fueron por todos. Viene esto a
decir que la mentira es impune, y lo es desde que el hombre es hombre. La
tragicomedia de la mentira tiene dos actores, el que la cuenta y el que se la
cree. A partir de ahí todas las categorías sociales tienen acomodo.
La decepción se debería
aplicar sólo al concepto empírico de quiebra de la confianza por alguien en el
entorno personal y con los debidos matices aquí expuestos; la que sentimos con
frecuencia y que se olvida pronto bajo el peso de nuevas sorpresas. La
absoluta, la que nos genera las alturas, no tiene razón de ser si tomamos como
razonamiento que cuando el engañado sabe
que lo es no cabe el desengaño.
Sentirse decepcionado
es lamentablemente una actitud a la defensiva que forma parte de nuestro código
genético; incluso con cierto cariz masoquista. (Sorprende el avance de esta
tendencia desde el principio de los tiempos) En una sociedad de jerarquías la
decepción va unida a la total rendición ante el sistema que la sustenta.-Dadme un pueblo decepcionado y os lo
devolveré sumiso-
Hay una manera de
quitarse el mono, lo decepcionante es
que es fácil. La mejor cura para no sufrir de decepción es leer
solamente las esquelas mortuorias porque son las únicas reales. Todo lo demás,
incluidas las tertulias de café, tarde o temprano nos dejará esa ácida
impresión que se percibe cuando sabes que te engañan y nos hará falta un
antiácido para sobrellevarlo. Decepcionados, son en suma, todos aquellos que
por cobardía o renuncia dieron a otros la venia de engañarles pero habría que
llamarles por su nombre, que no es otro que tierno corderito que se creyó
lobo mientras calculaba cuantos
compañeros de aprisco podría llevarse por delante.
Somos una sociedad
decepcionada porque ha sido muy fácil dejar que nos ofrecieran todo hecho. De
tan acomodaticios se nos ha quedado la cara desleída y las manos vacías. A ver
a quien reclamamos ahora después de haber dejado pasar tanta patraña sin que
nos temblara una pestaña. Perdonen por el ripio pero no somos del todo
inocentes de lo que está pasando. Tampoco culpables, al menos no de todo.
E.Mateo
Okey makey. El único que no se decepciona es el que no espera nada. Y esta es la actitud de los escépticos, los únicos sabios de este mundo. Ilusionarse en un mundo que por naturaleza es ilusorio es de ilusos al cuadrado. Pero ¿cómo podríamos vivir, pervivir, sobrevivir sin alguna ilusión? Por eso necesitamos autoengañarnos con ilusiones vanas. El quid de la cuestión es que no somos necesarios, que estamos aquí por casualidad y lo mismo da que estemos o que no estemos. El egoismo se hace por tanto justificable en cuanto que nos permite alimentar un ego que, de otra manera, se haría consciente de su inanidad. Por tanto, forma parte de nuestra naturaleza superviviente, de nuestro esencial instinto de supervivir. El no egoista acaba siendo un ser sin ego, sin existencia. Y contra eso nuestro instinto, animal, claro, se rebela, se revoluciona. Así que el ser humano para seguir subsistiendo, para creerse necesario, tiene que optar por el egoismo y las ilusiones ilusorias. El día que no haya egoismo, que todos seamos escépticos, es decir, sabios, que no nos autoengañenos, que no seamos ilusorios, dejaremos de existir. Y no pasará nada.
ResponderEliminarJuan Dominguez Lasierra
Muy buenas vuestras opiniones, aunque discrepo un poco en cuanto a que la "decpción" sea un sentimiento egoísta. ¿No se siente uno decepcionado cuando espera un poco de "aire" para respirar y le cierran el oxígeno?..Y cuando se le niega comida para alimentarse por una sociedad que engorda y tira gran cantidad de alimentos? También es una decepción el no poder recibir unas atenciones sanitarias, una mínima cultura y que al manifestarlo, rebote en unos oídos faltos de humanidad. Y le llamo "decepción" por lo desalentado que se siete el individuo ante tanta falta de sensibilidad, pero se le podría calificar con otras acepciones más representativas del estado general...asqueo...repulsión...o pasmo. Quizás sea egoísta esperar algo de lo mínimo para sobrevivir...en ese caso me confieso una EGOMANA irredente,
ResponderEliminarUn abrazo, amigo.