OPINIONES Y HECHOS: TUNEZ. CRÓNICA DE UNA VISITA. (1)

jueves, 12 de julio de 2012

TUNEZ. CRÓNICA DE UNA VISITA. (1)

Mientras tomábamos un té con almendras en una terraza cercana a la plaza de la Kasbah podíamos observar a la gente que deambulaba por allí y nadie, ni ellos ni nosotros alcanzamos a sospechar que sólo unos meses más tarde, en este mismo lugar, tendrían lugar las revueltas populares que consiguieron derrocar al dictador que hacía mal uso de su poder. Normalmente a los turistas en grupo se les escamotea la realidad de las sociedades y apenas se penetra en el tejido de su cultura diaria limitándose a las visitas de monumentos y lugares emblemáticos; por eso, aquella mañana de nuestra escala de dos días en Túnez el plan de jornada ofrecía una visita guiada a la ciudad y a su famosa Medina. Todo medido, todo planificado.

Un autobús de la agencia nos situó cerca de una de las entradas a la ciudad vieja y desde allí nos adentramos en dédalos de callejas y oscuros pasajes en los que la luz del sol se abstiene de entrar para no interrumpir la calma tras los muros. Poco a poco la presencia humana se hace más visible y nos van llegando ruidos y algarabía. Estamos llegando al zoco de los perfumes, el Attarine; enseguida se nos reclama desde un local y el guía nos invita a pasar. Como en una escuela, el perfumista comienza una perorata de recetas fragantes y habla de cada olor es para una ocasión distinta. Al final, ofrece sus productos: -especialmente para vosotros, de Ispania- Dejamos al hombre con sus ventas y seguimos el paraguas-faro que nos guía. Ahora el ambiente tiene una mezcla indefinida de olores: de especias, de perfumes, de esencia de jazmín y azahar, de inciensos y velas. Embriagadora de olfatos e imán de compradores foráneos. Ocho siglos han pasado para este zoco y nadie lo negaría. Los colores de las especias son los mismos y los usos también.

En las angostas calles los puestos de venta apenas dejan un pasillo para transitar y en la barahúnda los comerciantes huelen las billeteras frescas. Hemos llegado al Zoco de las Chechías y no hemos sido conscientes de cambiar de escenario. Hay mayoría de puestos de artesanía de chechías, esos gorros rojos con una borla negra que tanto se ven en el Magreb. Muchos del grupo acaban con uno en su cabeza en un intento inútil de mimetismo.

El Zoco el Trouk es variopinto, con artesanía del país y objetos made in china en mezcolanza rendida a la globalidad. Todos nombran al Madrid pero sobre todo al Barcelona y para demostración del fervor hacia los infieles todos los puestos tienen sus camisetas. En el Zoco el Koumach ondean las telas y los trajes bereberes. Tejidos de mil colores y texturas; yebbas, las túnicas para hombre. Vestidos de todas las etnias.

Los objetos más buscados son los de piel y talabartería y para eso hay que llegar al Zoco Sekkajine donde la artesanía del cuero se muestra en todo su esplendor a través del aire porque el olor a piel y sebo van incluidos en los bolsos e incluso en las cazadoras baratas. Pero la auténtica explosión de color nos alcanza en el Zoco de los Tintoreros en el que se tiñen a mano los tejidos. Índigos, sienas, carmines, marfiles, magentas, cobaltos, turquesas, verdes y amarillos son empleados a la vista de los curiosos que imaginan estar en otros tiempos.

El tiempo transcurre muy deprisa. Un cartel adaptado de U.S.A. nos invita a tomar un respiro en forma de Coca-Cola tunecina en un local de refrescos. Ya es mediodía cuando pasamos bajo la silueta erguida de la Jemaá Al Kasbah, la mezquita con un airoso minarete. Luego veremos el exterior de la Gran Mezquita Zitouna con su espectacular patio de arcos almohades y el minarete de la Hammouda así como los muros de la de Ksar. Pura asepsia, ver pero no tocar. A bordo del autobús con aire acondicionado nos imaginamos el paseo por la avenida Bourguiba, con la catedral católica de San Vicente de Paúl a nuestro frente y la puerta de Francia, por donde se entraba a la vieja muralla almohade.

Ya podemos descansar, mañana iremos a dos pueblos con mucho encanto.