Por Eugenio Mateo
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   En el momento de ponerme a escribir esta  miscelánea  me avisa el reloj biológico de que ha llegado la primavera. Sirva el eufemismo para relatar que no ha sido ningún reloj, si acaso un mensaje  en el muro de Facebook, aunque he recordado haber sentido renacer la sangre  desde hace un mes, por eso, la constancia oficial de su llegada  me ha producido gran efecto.
  — ¿Qué sería de nosotros sin las redes sociales?  — Gracias a ellas la comunicación  ya no existe como la entendíamos. Igual que la primavera es inmediata, el resto de las cosas  están enrolladas  de inmediatez, como un bucle súbito que nos absorbe en sus capas de sucedáneo.  Las cosas son contadas  con la misma rapidez que se producen  aunque eso no suponga que se cuenten como son, pero  de eso hablamos luego. Volviendo a la venida de la estación florida, ando yo perdido en mis disquisiciones; supongamos que no estuviera  en el  “Face”  y hubiera tenido que enterarme del acontecimiento después de más de medio día, o sea, comiendo y viendo las noticias en la tele. Habría estado horas ignorante de hecho tan notorio y perdido de paso la oportunidad de su contemplación. No quiero pensar en  las consecuencias,  pero sí  temo  en cómo me afecten, aunque nunca  lo sepa. Perder el paso de las estaciones es una aberración de la Naturaleza, perder el ritmo de los cambios es inapropiado.
   Decía el otro día un político que la Transición fue posible porque sus  autores  pudieron  negociar sin luz ni taquígrafos  y la comparaba con los tiempos actuales en los que todo es tan público e inmediato que resulta previsible. Supone un arriesgado ejercicio de reflexión  aventurar con el pasado porque se puede perder la perspectiva del  presente. Como es sabido que los tiempos cambian, estamos en otro tiempo. Uno en el que los protagonistas del poder  no lo son realmente, sino que lo son más bien aquellos  que los difunden. Cae la política de nuevo  al laberinto, siempre los mismos intereses. Los expertos en mass media  hace tiempo que tienen el control. Igual venden jabón que quitamanchas. Lo mismo recomiendan la carne como el pescado. Para ellos  vender  un líder es sólo mercadotecnia, de su morfología hacen algo subliminal, de su discurso, un titular para las portadas, de su currículo una sinopsis. En las redes, el efecto es democratizador: un conectado, una opinión. En las redes se publica lo que se le ocurra a cualquier hijo de vecino, cabe todo con algunas excepciones.  La recompensa de saber que tienes mil  “me gusta” es suficiente acicate. Digamos que eso es lo que anima el barullo; otros publican en un vano intento de que se les lea; algunos  quieren dar envidia con el viaje a Salou; unos quieren sentirse como en familia; y ésos,  ésos que se infiltran en la alcoba para dejar suelta la rata del libelo. La vieja táctica del hurón en la conejera. A partir de ahí, en función de la adscripción del personal, ya la tenemos montada. Las opiniones  acaban en  guirigay y se enfrentan los viejos bandos, que nunca desaparecieron aunque nos engañáramos, y a veces no puedo ignorar la sensación de que el Muro, no el de Pink Floyd sino el del “feiss”, se parece mucho al que sirve para las lapidaciones.  Estamos tan absortos en el ombligo que pareciera que la propaganda sea admitida sin cuestión. Hace falta poca agudeza  para no adivinar a la primera el tufo que nos quieren colar y por desgracia se comprueba hasta  dónde llega viendo tanto sesudo comentario de uno u otro perfil, que al final los extremos se tocan. Que se olviden esos bien pensantes de que somos un pueblo educado y que recuerden los escépticos que a ciertas tendencias políticas les gusta mucho el uso de la propaganda, mucho más que al resto, para ser explícitos. Un cazurro con retranca diría que antes se pegaban ostias de verdad. Ahora, que somos tan cibernéticos, nos insultamos en la red con ademan virtual  barriobajero —“que’te’meto”—  y no llega la sangre al río. Claro, para los insultados tampoco, pero les han mojado los zapatos y algunos ya piensan en colgar  sólo fotos del gato y de alguna maceta de vivero. Como maniobra para meter cizaña, es de manual; lo que debería parecer  mentira es que cada vez más bancos de besugos  piquen el anzuelo.
    En los medios, el método  de comunicar es distinto por la sencilla razón de que  ellos  venden los sucesos. Ser el  cuarto poder es por algo y detrás de las críticas feroces o de los halagos zalameros, dependiendo de la  ideología, se esconden intereses sobre los que conjeturar resulta inútil. Por extraño que parezca, en los últimos días se observa una ralentización de noticias sobre la formación de gobierno. Puede ser que en verdad no las haya, o que se ha decidido dejar a nuestros líderes hablar tranquilos, fuera de los focos. En cualquier caso los titulares sobre el tema han pasado a las páginas interiores  y la ciudadanía se conmueve o indigna con nuevos asuntos. Hay otras inmediateces que desplazan  la atención. Nada nuevo, es sólo otro ejemplo.  Las noticias y opiniones  en los medios y en las redes, incluso los silencios, tienen tantas interpretaciones como voceros. De su imparcialidad habría que empezar a protegerse.