Arguis desde la cumbre del Peiro
desde el Pico Peiro vista del Pico Gratal
El Norte de la La Hoya de Huesca está cruzado, de Oeste a Este, por las llamadas Sierras Exteriores que responden a los nombres de Sierra de Loarre, Sierra Caballera, Sierra del Gratal y la Sierra del Aguila. Estas sierras, junto con la de Santo Domingo y Guara, conforman una parte de la barrera montañesa conocida como el Prepirineo, que aunque de menor altura que su hermano mayor, el Pirineo, guarda sin embargo, valles de recóndita belleza y escarpados farallones, protectores mudos y celosos de pequeños pueblecitos en los que tiempo no importa demasiado, aportando a esta zona de nuestra tierra aragonesa, una personalidad única que hunde sus raices en el pasado remoto.
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Hoy, nuestra excursión tendrá su origen en el Pantano de la Peña para seguir el curso del río Garona, dejando al padre Gállego en el puente que cruza la carretera a Rasal, bordeando por la izquierda, el valle de la Garoneta, a la sombra altiva de la Sierra Caballera. Dejamos atrás el pueblo de Rasal, al que volveremos luego, por la nueva pista asfaltada que nos llevaría hasta el Pantano de Arguís, cruzando un magnífico bosque de robles quejicos, aunque a unos tres kilometros antes de llegar a Arguís, nos desviamos por una pista señalada a la derecha, apta para coches y que penetra en una densa pinada, coronada por una montaña de roca desnuda e imponente a la que nos dirigimos: el Pico Peiró.
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Esta montaña, humilde ante los gigantes del Norte pero exigente a pesar de sus 1.579m., será un espectacular mirador, cuando lo hayamos ascendido, que nos brindará unas extensas vistas del Pirineo, desde el Bisaurin hasta El Monte Perdido, a la vez que la visión de la llanura de la Hoya, que comienza inmediatamente después de ver el perfil de la Peña del Gratal hacia el Sur. Al Este, la pequeña mancha verde esmeralda de la presa de Arguís, con el puerto de Monrepós; al Oeste, los valles de Bentué se prolongan hacia Rasal para, con el permiso del Pusilibro, la cima más alta de la Sierra de Loarre, terminar lamiendo las aguas del Pantano de la Peña. El espéctáculo pendiente nos apremia en las primeras rampas, duras, de la ascención por una marcada senda.
Unas paradas para recuperar el resuello y beber agua, hacen que comprobemos que los escenarios son cambiantes. Desde grandes pinos silvestres del principio, pasando por un hayedo no demasiado viejo, a hemosos ejemplares de tejos. Luego de un collado con cierto vértigo por lo aeréo, tomaremos la senda hasta la cumbre, sembrada de erizones y matorrales de boj, que nos recibe con el premio de su panorámica de 360º.
El descenso todavía nos aguarda con el calor del sotobosque, pero no le hacemos demasiado caso. Hemos llegado al coche, que a partir de ahora, relevará a los pies del esfuerzo y volvemos por la misma carretera que vinimos. En un cruce nos desviamos hacia Bentué del Rasal, precioso pueblo a los pies de la Sierra, donde conviven viejas casonas en ruinas con otras de refinado aspecto y robustos muros. Su iglesia, reconstruida en el siglo XVII, guarda, celosamente, antiguos vestigios de esplendor románico que asoman, muy prudentes, por sombras de arcos y pórticos que ya no existen.
Dejando atrás la fuente de agua que llega directamente del collado de los Pozos, volvemos a la pista asfaltada para encontrarnos, de nuevo, con el robledal que asciende por laderas sin cansancio aparente y tras unos kilómetros, adivinamos la silueta de Rasal, dormitando a estas horas por causa del calor y del sol apabullante.
Debemos de decir que el agua que bebemos gran parte del año es de aquí, pues la Fuente de los Caños, en Rasal, que lleva, desde 1926, manando inexsorablemente, es la que nos regala este agua que sabe a agua, que ya es bastante. Desde Rasal hemos hecho excursiones que cruzan la Sierra Caballera y que llegan hasta la de Loarre, a la Fuenfría, muy cerca del Castillo. Por sus recónditos paisajes y rincones, merece una reseña especial, otro día.
Hoy, cansados, tenemos una recompensa que nos aguarda. Nuestros queridos amigos Carmen y Carmelo Alcaín, nos han invitado a comer a su casa, preciosa, enorme, reconstruida sobre una antigua herrería y que tiene un poco de mágica, por lo que nos han contado ellos. Carmelo y su mujer, exilados por voluntad del asfalto, en el que hemos compartido muchas vivencias, han conseguido que su reloj marque las horas a su gusto, lo que les envidiamos. Por su historial hostelero, el arte de la gastronomia no guarda secretos para ellos, lo que unido a que los productos son casi todos del huerto que cultiva Carmelo, puede dar la idea de como trascurrió la velada, que sin darnos cuenta, empezó a teñirse de atardecer al cabo de las horas.
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texto y fotos de Eugenio Mateo
agosto 2010
SIERRA CABALLERA. PEIRO. BENTUE. RASAL
Me gustó mucho la foto número 15 propiedad de Diego Cintas de La Casa del Sol (Rasal / Huesca). :)
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