El frío destapa su cara más inhóspita que encorva las figuras y sobrecoge los rostros, trayendo a nuestras tierras la dura helada que ennegrece las verduras, hace dormir a los árboles y ralentiza pensamientos. Somos del país de los extremos, extremistas nosotros mismos ante el paisaje, que acostumbrado, se viste del manto visible con el que el hielo nos regala en estos amaneceres de invierno y soledad.
Las fuentes de la ciudad, toda aquella gota que fue sorprendida en el relente, nos traen la prueba de que el invierno no sabe de estadísticas. Se ríe de nosotros cuando nos recuerda que ahora somos suyos, que siempre lo hemos sido; aunque quizá cansado, acabe por permitir florecer a los almendros y cambiar el sayo de lana por la capa de lino. Pero la entelequia del futuro está tan lejana como presente la resbaladiza cara de los grados bajo cero.
© texto y fotos: E. Mateo Otto
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