Quiero traer a este blog una deliciosa suite escrita por nuestro amigo Patrice Berthon, en la que habla de su Bartosín, que tiene una calidad y calidez que merece ser leído por todas aquellas personas que sienten a la Naturaleza como suya:
El viejo mundo en Bartosín vuelve a encontrar verdad y profundidad, signos inversos de su futuro desvanecimiento en la universal deriva mercantil de los lugares, de las cosas y de las gentes.
Allí lo imaginario se vuelve libre y se despliega bajo el sólido armazón de un simbolismo visible, palpable, legible; por doquier la naturaleza mineral, vegetal y animal se aferra a la densidad vital luchando por subsistir milagrosamente en el equilibrio de los orígenes y la fragilidad de las pendientes arcillosas, por suerte, libres de cualquier ocupación humana; son suelos pobres, tierras de buitres.
La sierra es parecida al desierto, y la sucesión de sus infinitos valles recuerda, especialmente en la pureza del cielo nocturno, la inmensidad ondulante del óceano
.
Al igual que en el mar, el sentimiento de espacio se impone en su grandeza y virginidad.
Bartosín domina un valle, y recorrer su minúscula terraza en la sombra precaria de los madroños alegra el espíritu como mear delante de las olas, una mano en el cabo, y el cuerpo inclinado sobre el balcón posterior de un navio.
Ciertamente el suelo de la sierra es sólido, estable en apariencia, pero su acceso resulta difícil, escondido. Para merecer su entrada es necesario descubrir una vieja pista, un sendero imperceptible:sueño cartográfico en el que todavía se pueden cambiar los límites, escupir al viento.
Si la arcilla dura y seca se transparenta como fuerte telurismo, el relieve no aprisiona; jamás se eleva a modo de opaca muralla ocultando el cielo, tapando el horizonte. Las sierra no es montaña, sino espacio cósmico, territorio de vientos, viejo óceano del que ella ha conservado las huellas en sus barros.
Gran isla a lo ancho de las costas pirenaicas, la sierra contiene y cobija el valle; el valle disimula Bartosín.
Bartosín sólo existe como una emanación de la sierra, con la que se confunde; no es una casa en el sentido consumista del término, es demasiado pequeña, antes bien es la identidad de un lugar, el discreto ser de un viejo sitio, una reminiscencia anacrónica de la corteza terrestre.
Cabaña sólida, seguro refugio, madriguera fresca, sus muros son pequeños pero anchos y pesan su justo peso de piedra. Bartosín está allí para separar claramente el espacio de fuera del espacio de dentro.
Las proporciones de Bartosín son armoniosas, no puede ser de otra manera. Los tres árboles que se elevan del arroyo cercano, aunque pequeños, se alzan hacia el cielo por encima del tejado, con sus largas espirales de buitres abrazando incansablemente la profundidad de los azules.
Se habrá comprendido, Bartosín es consustancialmente simbólico en el paréntesis del tiempo. Hay LA puerta y hay LA ventana; la puerta es el arquetipo de puerta y se curva un poco, pero imperativamente, el cuerpo en el estuario de la claridad y la sombra. La ventana es arquetipo de ventana: dentro, agujero de luz, fuera, pozo negro en el espesor de los ocres, fijada sobre una piedra plana incontorneable, llevada, se dice, a lomos de mujer.
La sierra es grande, la ventana es pequeña, según el orden de las cosas de antes. Así el lagarto ocelado puede todavía darse un festín en las viejas tejas, la jineta se frota en las zarzas, el tejón vaga en sus itinerarios nocturnos, como Kafka en sus paseos o Drogo esperando al enemigo.
Para hacer comprender la emoción del viajero actual que descubriría el valle de Bartosín saliendo de la última curva de la pista, diremos que ésta es lo contrario de la exasperación de un pie que tropieza por la mañana, en nuestras ciudades, tras una mala noche, con el mando a distancia de la telegilipollez, como un borracho que vuelve a encontrar su vómito.
PATRICE BERTHON
traducción: Manuel Molina
Las proporciones de Bartosín son armoniosas, no puede ser de otra manera. Los tres árboles que se elevan del arroyo cercano, aunque pequeños, se alzan hacia el cielo por encima del tejado, con sus largas espirales de buitres abrazando incansablemente la profundidad de los azules.
Se habrá comprendido, Bartosín es consustancialmente simbólico en el paréntesis del tiempo. Hay LA puerta y hay LA ventana; la puerta es el arquetipo de puerta y se curva un poco, pero imperativamente, el cuerpo en el estuario de la claridad y la sombra. La ventana es arquetipo de ventana: dentro, agujero de luz, fuera, pozo negro en el espesor de los ocres, fijada sobre una piedra plana incontorneable, llevada, se dice, a lomos de mujer.
La sierra es grande, la ventana es pequeña, según el orden de las cosas de antes. Así el lagarto ocelado puede todavía darse un festín en las viejas tejas, la jineta se frota en las zarzas, el tejón vaga en sus itinerarios nocturnos, como Kafka en sus paseos o Drogo esperando al enemigo.
Para hacer comprender la emoción del viajero actual que descubriría el valle de Bartosín saliendo de la última curva de la pista, diremos que ésta es lo contrario de la exasperación de un pie que tropieza por la mañana, en nuestras ciudades, tras una mala noche, con el mando a distancia de la telegilipollez, como un borracho que vuelve a encontrar su vómito.
PATRICE BERTHON
traducción: Manuel Molina
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