sábado, 6 de noviembre de 2010

EL MEMORIAL DE TORRERO

  Cuando era niño, incluso cuando dejé de serlo, cada vez que pasaba por una iglesia me detenía a leer los nombres que figuraban en una lápida sobre el muro, frontispicio o ábside, siempre con la leyenda "A los Caídos por Dios y por la Patria". Cuando mi capacidad de discernir se fue depurando por sí misma o por razones exógenas, me asaltaban las mismas dudas que cuando leía, esta vez en establecimientos donde se vendía algo,: "Hoy no se fía, mañana sí". Era casi la misma confusión, que a un alma cándida, como la mía, producía desasosiego, temor a algo que no está claro, prevención a la manipulación. El tiempo, que todo lo aclara, me dió la pauta. Leyendo y escuchando a personas a las que debía obediencia, pude saber que Dios elige a sus hijos, a pesar de que estaba harto de recitar que todos éramos hijos del mismo Dios, con lo que o bien mentían los libros o lo hacían aquellos prohombres. Seguía en la ceremonia de la confusión. Pero la pauta era clara, porque si no, ¿dónde estaba el resto de los demás caídos de aquel lugar a los que la placa honraba? ¿Acaso podría ser que los otros muchos muertos, que seguro hubo y de los que conocía algunos nombres que no figuraban en aquellas lápidas, habían caído por adorar al  Demonio y no tener patria conocida a pesar de ser del mismo pueblo?
  Como todo en la vida necesita de análisis, la certeza de no saber por dónde me daba el aire, tomó forma, dejándome en ridículo conmigo mismo. No se trata de que Dios nos elija ni que tengamos con Él parentesco demostrado. La cuestión es tan simple como que la Historia la escriben los que ganan. La historia que escriben los que pierden es con minúsculas. Casi no tiene eco, se transmite a viva voz pero susurrrada, se diluye en la memoria colectiva bajo el poder onmipresente de la propaganda, que es en lo que acaban las Historias oficiales.
  Es difícil encontrar un pueblo tan zoquete como el nuestro. No recuerdo Nación alguna que tuviera tanto para perderlo de tamaña manera como la nuestra, pero supongo que todo va en los genes, aunque los genes españoles anidan sólo en el escroto,  aunque también puede que en alguna matriz. Tengo serias dudas de que hayamos cambiado. Es más, amago sospechas de que no. Sólo han cambiado las maneras pero no los resultados. A la vista queda que después de 71 años, nadie pasa página. Unos  siguen creyendo que Dios está con ellos, lo que les da categoría de peligrosos, de muy peligrosos, habida cuenta de que parece ser que Dios no se entera de nada, dejándoles por tanto con la mejor excusa para hacer lo que se les pase por el arco del triunfo cuando quieran, pues no hay prisa. Otros siguen creyendo que con quejarse basta, lo que les convierte en víctimas propiciatorias que temen la revancha pero también la idealizan, incluso la contemplan.
  Mientras unos se miran el ombligo, otros miran su navaja. Produce desazón tanta hermandad en lo inútil. Lo que no es justo, debe ser cambiado. Cambiar el slogan: "Las víctimas no son siempre inocentes" por  otro: "El pais que no sabe enterrar a sus muertos, no sabe respetar a sus vivos". Nadie decide ser victima, eso lo deciden los verdugos. Nadie acepta ser verdugo, eso lo elijen los malvados.
  Bajo mi humilde punto de vista, no importa qué tierra acoja al difunto. Una cuneta puede ser la mejor tumba, tan buena como el panteón del mejor mármol. Se trata de que la memoria del que allí yace, se prolongue con la escueta dignidad de su recuerdo, de la honra merecida por el simple hecho de haberle sido arrebatada. No hay ley humana peor que el  secreto cuando éste es cómplice. Cómplices son los que pudiendo hablar, callan, bajo el pretexto que es mejor no remover lo que está oculto. Cómplices son los que establecen diferencias hasta después de la muerte, pues cruzada la barrera que nos separa de los sueños, ya nada importa, salvo la razón de que morir es fácil pero olvidar es imposible.
  Por eso, actos de desagravio como la construción del Memorial de Torrero a los fusilados de la Guerra Civil es el mejor camino para retomar la senda de la cordura. Basta de vencedores y vencidos. Todos vivieron circunstancias que se les escaparon de las manos. Demos a las víctimas de la barbarie su auténtica categoría, que no fue otra que la de peones de un juego maldito, cuyas reglas impusieron otros. Reconociendo su muerte podremos reconocer que todavía tenemos un futuro. Nos dolerán las entrañas cuando hayamos parido al odio. Pero que nazca muerto será el único parto que alumbrará la vida.

Eugenio Mateo Otto

1 comentario:

  1. Muchas personas que pudiendo hablar, callan, bajo el pretexto que es mejor no remover lo que está oculto.

    Eso es una gran verdad

    ResponderEliminar