© LA HOYA DE HUESCA.
Bolea, Loarre, Murillo. Reencuentro.
En dirección Jaca Pamplona, a veinte kilómetros de Huesca, se encuentra Bolea, que contempla cada día las suaves laderas de la Sierra de Gratal y ve salir cada noche la luna por los perfiles del Pico Gratal, que vigila el florecer de sus almendros pero sobre todo de sus cerezos. Al igual que en el Jerte, aquí se cultivan posiblemente las mejores cerezas de Aragón y hay que venir en la Feria de la cereza para darse cuenta el movimiento social y económico que genera este fruto.
Pero, menos prosaico, el principal foco de atracción de esta villa es su Colegiata y el Retablo Mayor que acoge. Es visitado por muchos amantes de la cultura y agrada que un grupo de entusiastas se decidiera a crear la Asociación de Amigos de la Colegiata de Bolea para prestar la atención que requiere. En las varias ocasiones que visité este templo, era complicado conseguir que el guarda estuviese disponible para poder abrir las puertas a los venidos de propio para tal fin.
Varias casas solariegas y blasonadas ofrecen una muestra de lo que llegó a ser la villa en otros siglos y el paseo por sus calles empinadas es grato. La hostelería se ha adaptado a los nuevos tiempos y comer en Bolea es un placer. Hago mención a Casa Rufino en cuyo restaurante ponen mucho interés en agasajar al huésped con unos excelentes menús.
Siguiendo por la carretera interior que une Bolea con Aniés y Loarre, distante 12 km, pudimos comprobar cómo los árboles en flor crean un tapiz en el que los ojos reconocen nuevas primaveras. El pueblo de Loarre se construyó nuevo en el lugar donde se ubica ahora,en el XIV, como consecuencia del abandono de la anterior población que estaba a los pies del Castillo de Loarre. La magnífica iglesia de San Esteban, con una bella torre de estilo Gótico de 1505, guarda tesoros provenientes del castillo, como la Arqueta de San Demetrio, del XI o las tallas de San Pedro y la Virgen del Castillo, ambas también románicas también, que conservan su policromía original. Muy interesante el edificio de la antigua Hospedería, renacentista del XVI.También la hostelería ha aprovechado el flujo de visitas al castillo y ofrece unas buenas propuestas de cocina aragonesa.
Dejamos atrás Loarre. Volveremos mañana para regresar al castillo después de algunos años. La carretera, paralela a la Sierra de Loarre, desciende hacia Ayerbe, de la que ya hemos hablado en este blog. En dirección norte a escasos kilómetros, se nos presentan como en un gran lienzo, los Mallos de Riglos y por la izquierda se dejan entre ver los de Agüero. Estamos llegando a Murillo de Gállego. Lo primero que se aprecia es que la iglesia románica es una robusta réplica de la existente en el Castillo de Loarre, con unos magníficos muros que le dan aspecto también defensivo. No hay que olvidar que estamos en el Reyno de los Mallos, donde se retiró Doña Berta, viuda del rey Pedro I de Aragón, en estos territorios, Ayerbe, Agüero y Murillo, que le donó su esposo en dote matrimonial en el año 1097 Hoy día Murillo se está convirtiendo en uno de los lugares más visitados del Prepirineo debido a la práctica del rafting o descenso del rio Gállego, que cientos de aventureros en ciernes acometen enfundados en sus neoprenos. No hay más que observar cómo han florecido las empresas de actividades de aventura para entender este fenómeno. También dispone de unas bodegas de excelente vino, como es Bodegas Reino de los Mallos, que cosechan muchos éxitos en las muestras internacionales. A pocos kilómetros hacia el norte, la Comarca sigue hasta el Pantano de la Peña.
Ojalá, la tendencia favorable que ha marcado el turismo en la zona, siga aportando a sus habitantes un desarrollo que la inmigración y la escasez de proyectos estuvieron casi a punto de truncar.
Aragón es un Reyno donde detrás de cada rincón se esconde nuestra más rancia historia para sorprendernos de la propia identidad, que más que olvidada,está latente debajo de la piel.
texto y fotos Eugenio Mateo
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