martes, 7 de febrero de 2012

EL ABUSO DEL PODER EN LA CULTURA



El abuso del Poder en la Cultura

Las Bellas Artes y la Literatura han sido en todos los tiempos, el ornamento, el termómetro del adelanto y la cultura de las naciones civilizadas. En  ocasiones, consultado algún artista sobre su concepto del Arte, se ha llegado a decir que el arte es un pretexto para conseguir la libertad total. No es ajeno para ningún ciudadano de nuestra sociedad global que la Cultura es una ciencia  que se ocupa de los aspectos del ser humano, pero tampoco nos es ajeno que la cultura se interrelaciona poderosamente con  la economía, una de las disciplinas de las ciencias sociales, porque al fin y al cabo, la actividad económica tiene como fin la satisfacción de las necesidades humanas, es decir, del conjunto de deseos que pueden animar a los hombres en la búsqueda de la superación como individuo. Así como la ciencia económica puede ser definida como una estrategia de lucha contra la escasez, la cultura es la propia manifestación de la sociedad, por la que demostramos la información y las habilidades que poseemos como especie. En resumen, el cultivo del espíritu.

Pero la economía capitalista ha generado espontáneamente la industria cultural que ha recluido a ciertas disciplinas, como las bellas artes y la literatura, dentro de los engranajes de las leyes omnipresentes del mercado, la oferta y la demanda, desvirtuando el concepto de libertad absoluta a través del arte que aquel iluminado artista esgrimía en la comentada frase al principio de esta reflexión.

En el mismo esquema de clasificación de las disciplinas científicas, la ciencia política es un factor decisorio en las relaciones del Poder dentro del colectivo humano que conforma la sociedad y que es capaz de potenciar o detener al Conocimiento que la cultura procura. No hay actividad humana sin política ni política que desconozca las actividades de los hombres. En la dicotomía arte y política juegan los mismos elementos que en todo aquello que se divide en dos: La parte más poderosa gana. La conveniencia del poder la establecen los intereses así que mientras el arte sirva, de sumisión, no de utilidad, a los planes de los que mandan no será más que una herramienta discutible y discutida al servicio de ocultas pero vaticinables estrategias. Se desprecia al empirismo quizá porque la experiencia no se lleva bien con el oportunismo y cuando el que dirige desconoce las reglas elementales de juego suele suceder que el abuso campa a sus anchas. Puede que sea injusto conceder al abuso la patente de corso puesto que a veces la estupidez o la ignorancia lo suplantan; pero qué más da malo que peor si el resultado es el mismo.

Por aplicar esta perorata a un contexto conocido, hablemos de nuestra Comunidad Autónoma: Aragón. Hemos padecido gobiernos incapaces aliñados en salsas de siglas. Hemos soportado gobiernos prepotentes con conexiones en el kilómetro 0. Hemos cobijado uniones contra natura por aquello del Síndrome de Estocolmo. Siempre, siempre, la cultura era la oblea de toma y daca con la que se pagaban espurios motivos en las no menos espurias alianzas. ¿Habrá sido casualidad? Umm… -algo huele a podrido en Dinamarca – se decía en Hamlet-

Veamos, los condicionantes que han prevalecido en la otrora época de las vacas gordas, aconsejaban potenciar el estado del bienestar. No hay mejor bonanza que después de estar todos bien comidos aún quede tiempo para alimentar el espíritu, que por si no lo saben, come; come grandes cantidades de autoestima; incluso toneladas de egocentrismo. Obligación era pues, sobre todo desde la izquierda, dar carnaza a las necesidades pues esa acción era sinónimo de votos. Las derechas amagaban para no quedar atrás, siempre que los presupuestos lo permitieran, faltaría más, pero también adivinaron la jugada oculta, no en vano manejan a Keynes o Friedman, llegado el caso. En definitiva el “amplio espectro político” constató que los fondos manejados en tal encomiable tarea eran tan opacos como desmesurados, lo que equivale a un control escaso. Ya se sabe que el “panen et circus” siempre dio buenos resultados. Tenemos, pues, a nuestros representantes convertidos en adalides de la modernidad, cultura y artes. ¡Que no falte de nada! ¡Absolutamente de nada! Era la consigna en despachos, consejerías, concejalías, diputaciones.

La pasión de los nuevos ricos es presumir, aparentar, dejarse ver. Conocí a algún político- me consta que más iluso que malvado- que acudía a las inauguraciones con rutilantes bellezas que a todos les hacia palidecer de envidia. Algunos, sólo algunos, sabíamos que iba de farol pues sus acompañantes estaban pagadas con la tarjeta oro del partido, aunque el efecto, ése mágico efecto que buscaba, sólo conseguía la envidia; intuimos las fatales consecuencias de ser envidiados. Errores cometidos en nombre de la cultura podrían llenar extensas enciclopedias pero sólo la Historia podrá pasar factura, aunque, para ser sincero, lo dudo mucho.

Recordamos, los que de alguna manera transitamos por los aledaños “culturetas”, pretenciosos fastos de eventos faraónicos. Las millonarias cantidades gastadas en oropel de cartón piedra cuya misión aparenta la de acoger manifestaciones artísticas. Las subvenciones a los mismos de siempre, artistas con carnet o colegas de carreras ante los “grises” -¡Qué tiempos!- Recordamos que tanto dinero dilapidado acabó siendo una práctica extendida que sólo tuvo el resultado de una política cultural de perfil bajo, dejando fuera a los beneficiarios naturales: los artistas. Era como si la frase: “Viva el arte, pero sin los autores, que beben mucho” perdiera su connotación grafitera para ser leiv motiv de una soberana memez reída en una sobremesa. Otro gallo cantaría si el dinero hubiese sido invertido en el fin con el que se le justificaba y no en la rapiña en la que ha acabado difuminado.

No se puede negar a la iniciativa pública la celebración de numerosas exposiciones. Con tantas instituciones convertidas en galeristas lo contrario hubiera sido un crimen de lesa humanidad. Otro tema es la forma de su desarrollo, del que tímidos atisbos nos han permitido adivinar la chapuza. Hace poco, saltó la liebre de los depósitos de miles de libros o de catálogos de muestras culturales en algunos almacenes de las administraciones regionales y locales, abandonados a su suerte por los siglos de los siglos. Los medios de comunicación se hicieron eco pero desde las instituciones salpicadas sólo se obtuvo un rebuzno o exabrupto, que es más fino. Es posible que nadie tenga en cuenta que en épocas de vacas flacas, el combustible para las estufas de los negociados es altamente oneroso. Con las provisiones de ediciones en papel couché, tendrán al menos para unos cuántos días. Somos unos ingratos al olvidar al pobre funcionario, con los mitones agujereados, temblar detrás de su ventanilla mientras nos gestionan, con todo su corazón, estos trámites imprescindibles para seguir siendo “administrados”. El axioma de que todo tiene explicación retumba en mi cerebro saliendo al encuentro de mis recuerdos, teñidos de extrañeza al presenciar en cada exposición, unos maravillosos catálogos, que sólo algún bobo como yo compraba, ya que su precio espantaba al visitante al evento. Sería esclarecedor conocer la tirada de los mismos, porque quizá con el dato no harían falta más disquisiciones.

Supongo que la vara de medir el despilfarro es proporcional a la importancia del museo o sala de exposiciones pero no estoy tan seguro. Verán: con motivo de la restauración del Monasterio Nuevo de San Juan de la Peña, la D.G.A. construyó un moderno hotel hospedería de la red de Hospederías de Aragón. En su claustro, tiene cabida un espacio expositivo magnífico en el que se ofrece una programación artística de primer nivel. No hay visita por mi parte al Parque Natural de San Juan de la Peña  que no prevea un atento recorrido por las obras que allí se exponen con carácter temporal. En la tienda del Conjunto del centro de Interpretación está a la venta el catálogo con las obras que pueden observarse. Hay dos cuestiones principales. Por un lado la baja asistencia de visitas a este espacio- la respetable cantidad de visitantes, foráneos la mayoría, vienen a saber de la historia del Reyno de Aragón, darse un paseo por la maravillosa campa del exterior, tomarse algo en la cafetería y poco más. Ya sé que el bajo interés en general por las artes plásticas no es achacable a la dirección del Centro. Pero la otra cuestión es la exagerada tirada de los catálogos que acaban dormitando en un cuarto anexo. En cierta ocasión que pregunté a un responsable por una guía de una exposición ya terminada, éste, muy amablemente, me pidió acompañarle a esa dependencia archivo para regalarme un ejemplar. Como adivinó mi sorpresa al ver las pilas de catálogos almacenados, me regaló unos cuántos correspondientes a anteriores muestras, una vez que revelé mi vinculación con el arte. Contento con mi cosecha no pude evitar un estremecimiento, sin duda más aplicable al cierzo que soplaba fuera, al calcular a trazo grueso, el desfase entre lo lógico y lo absurdo. A duras penas se puede aplicar el sentido común si este no forma parte de una realidad deformada que subvierte lo normal en despropósito institucional.

Ahora, que toca apretarse los machos, tendremos que esperar que algo cambie. Muchas cosas tienen que cambiar. La primera será que todos los involucrados reconozcan que usan dinero que no es suyo. La segunda, que predicar es dar ejemplo. La tercera, la más importante, es que detrás de cada “ciudasúbdito” acecha el desengaño.

Como dijo Ortega y Gasset- Cuidado de la democracia. Como norma política parece cosa buena pero la democracia del pensamiento y del gesto; la democracia del corazón y la costumbre, es el más peligroso morbo que puede padecer una sociedad.


Eugenio Mateo Otto

articulo publicado en las revistas Expresión Cultural y el Pollo Urbano
febrero 2012

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